jueves, 25 de marzo de 2010

Cap.35 < Volverá >







[Capítulo anterior: - Dame aliento – murmullé con los ojos cerrados cuando sentí una pausa. ¿En que momento me senté en el asiento copiloto de su coche?)

- No quiero presionar, pero llevo la mitad del camino en incógnita – elevó con una de sus sonrisas - ¿Me dirás de que se trata? Sólo si estás dispuesta a hablar espero la respuesta.

Prendí la calefacción, comenzaba a helar afuera.

- ¿Nunca te han dado ganas de llorar sin motivo? – reí. No era así, no sabía como decirlo, y no tenía muchas fuerzas como para hacerlo.

Noté como su rostro se tensaba. Tal vez me había descubierto. Después de unos segundos eternos contestó.

- En realidad no. La última vez que lloré, si bien recuerdo, tenía un juguete en la mano que otro niño intentaba arrebatarme.

- Que suerte.

- Pues… extraño esa sensación – me lanzó una mirada coqueta cuando estábamos enfrente de un semáforo y su luz roja – Pero de algo estoy completamente convencido. No derramaré una lágrima enfrente de Tom si no quiero que acabe de arruinar mi vida. ¡Ese lloró con Hairspray! Imagínate cuanto me burlé…. – rió imparablemente y le costó trabajo articular su frase siguiente - Pero el es el maestro en la venganza. Sería mi fin llorar con el enfrente.

- Debe ser una tortura sufrir enfrente de esos tres – dije junto a una risa.

- Díselo a Tommy-bebé-chillón – pasó uno de sus dedos por el húmedo contorno de mis ojos y echó el motor a andar de nuevo – En realidad no es tan malo siempre y cuando esté Bill y Gustav por ahí. Ellos son los especialistas en subir los ánimos.

- ¿Por eso me llevas con ellos? – soné agresiva. Mucho. Se silenció el interior del auto por mi culpa.

- Eh… pensé que te caería bien salir de ahí, sólo eso.

- Perdón – me disculpé arrepentida – Perdón – repetí.

- No hay cuidado Dai, está todo bien.

- ¡No! ¡No lo está! – Perdí los estribos - Soy grosera contigo, eres quien menos lo merece. Eres tu quien me saca de este hoyo y yo… ¿trato de sumergirte en el? Me estás dando la atención que alimenta mi felicidad, y te agradezco por ello.

Sonrió. Me sonrió.

- Así es como debe de ser ¿no?

Besó. Me besó.

- Como debe… – resalté la última palabra – de ser.

. . . . .


- ¡Pizza! ¡Comeremos Pizza! – fue la primer frase que escuché al entrar a aquel departamento. Georg me había indicado que era el de los gemelos; no le hubiera creído que los dueños del lugar eran chicos ha no ser por el excelente gusto de Bill.

- Ven – jaló de mi mano que metió a mi miedoso cuerpo dentro – Estás en tu casa.

- ¿Qué no esas palabras le corresponden a los dueños del lugar? – dije en voz queda. Supuse que era un día de chicos y no quería intervenir en su reunión, por que aunque lo negaran, conocía de sobremanera que su actitud tenía que ser diferente enfrente de alguna presencia femenina.

- Ah sí, tienes razón – torció los labios – Déjame hacer esto de la forma correcta – guiñó un ojo y después se inclinó donde en el pasillo culminaba. Detrás se escuchaba la conversación, más bien discusión, de la pizza. Georg husmeó con la vista el lugar - ¡Kaulitz vengan para acá!

- ¡No Geo! No grites… - lo lancé para atrás entre risas – No es necesario que hagas esto.

- ¡Oh pero claro que sí!

- No…

- ¡Tom, Bill vengan! ¡Tenemos un problema! – gritó de nuevo sacando la cabeza del pasillo.

- Georg – supliqué exasperada – No lo hagas.

- No se preocupe, quiero darle la bienvenida que se debe dar a una dama, y más siendo usted – simuló una reverencia mientras yo lo observaba con ambas manos tapando la mayoría de mi rostro - ¿Acepta señorita?

- De hecho sería conveniente que me fuera… - le quité mi bolso de las manos con el que estaba jugando – yo…. se me hace tarde.

- ¿Tarde para qué? ¿La hora del té? ¡Oh señorita Ruzzo pero si lo puede tomar con nosotros! – caminó dando cómicos brinquitos antiguos. En otras circunstancias me habría botado de risa.

- Georg… hablo en serio – puse mi mano en la perilla de la puerta con la intención de girarla pero su cuerpo se interpuso entre esta y yo.

Lo miré confusa. Sus movimientos habían sido bruscos. Por un momento me sentí acorralada.

- Lo siento – se quitó y fue el quien completó la tarea de abrir la puerta principal – Sí te quieres marchar… déjame regresarte a casa. Por favor.

- Eso estaría perfecto – sonreí con cierta frialdad que hasta yo pude notar.

- Bien – asintió levantando los hombros.

Caminamos por el cálido pasillo que contenía los elevadores cuando una mano helada tocó mi cuello por atrás.

- ¿Estoy frió? – rió después de mi expresión a la diferencia de temperaturas. Su cabello estaba lacio y lucía natural sin una gota de maquillaje - ¡Dai! – Gritó dándome un gran abrazo imposible de resistir - ¡Es un gusto verte por estos rumbos!

Los gemelos estaban ahí y era Bill el que me había detenido. Lucían felices por verme pero confundidos a la vez…

- Hola Bill – saludé sonriente cuando me separé de sus brazos – ¡Tom! ¿Cómo estás tú? – ahora el abrazo vino de el.

- ¡Hola Daiana! ¡Que hay men! – nos saludó el ultimo con ánimos. Llevaba unos anchos pantalones como siempre, pero una camiseta blanca sin mangas, que apenas servía para guardar pudor.

No tardó mucho tiempo para que se formara un revoltijo de saludos ahí mismo.

- ¿Por qué demonios estamos aquí parados en medio de la nada? – Tom miró alrededor – Ni siquiera me había fijado en esta parte del edificio.

- ¡Lógico! Tu mente es temática… ``sexo, sexo, sexo ´´ ¡¿Cómo te vas a fijar en algo más?! – dijo Georg. Tom no pudo evitar reírse pero frunció el ceño y apretó los labios lo más rápido posible.

Bill y yo cruzamos miradas. Me sonrió de una forma que un hermano le sonríe a su hermana.

- Dai… te invito a pasar. No te ibas aún ¿verdad? – preguntó extrañado. Rodeó mis hombros con sus esqueléticos brazos cubiertos con una chaqueta de cuero negra y forzó a mis pasos seguirle ritmo a los suyos – Ellos se dedicarán a jugar `` A ver quien dice la mayor estupidez ególatra ´´ y no tengo una modestia tan grande como la suya para participar en ello – rió.

Parecía que iba a compartir la tarde con ellos. Recapacitando, no tenía mucho sentido volver a casa, me aterrorizaba, como si hubiera un mounstro en mi armario. Y ese mounstro se llamaba pasado.

Volteé a mis espaldas, donde Geo y Tom nos seguían los pocos pasos para estar de vuelta en el apartamento. Tom combinaba las palabras `` rey, sexo, tu, no, hobbit, deforme, rancio ´´ así que no se dio cuenta de mi mirada. En cambio, Geo, guiñó de nueva cuenta uno de sus ojos y levantó sus pulgares. Quería mi compañía… o tal vez era yo quien quería la de el.

- Ponte cómoda Dai – dijo Bill con su voz armoniosa cuando estábamos adentro. Sin presión, pude hojear mejor el interior. Era precioso. – Yo lo decoré – dijo orgulloso cuando notó mis miradas.

- Billy, es perfecto.

- ¿Te gusta?

- ¿Qué si me gusta? No… ¡me encanta!

- Bueno Dai, entonces tienes una nueva guarida – sonrió – Úsala cuando quieras. Brindaremos más tarde por los Paparazzis…

- ¿Por qué por ellos? – dije un cuanto ofendida. No habían sido las mejores personas que se involucraban en mi vida.

- Vele el lado bueno – se unió Georg que llamaba a Gustav a gritos, este último seguramente se encontraba en otra de las habitaciones. Era amplia el área del lugar – Sin ellos, no seríamos… tan unidos.

- ¡Ay amorcito! ¡Sí sí! ¡No seriamos tan unidos! – se burló Tom a nuestras espaldas. Pestañeaba incansablemente y daba vueltas por la estancia.

- ¡Oh! ¡Benditos Paparazzis! ¡Oh santo cielo! ¡Bomboncito me derrites! – corrió Bill hasta su hermano para seguir el teatro y simularon una escena romántica que subía de nivel.

- ¡Iugh! Consíganse unas novias – dijo Gustav saliendo de uno de las puertas y descubriendo así, una traumante escena – Lo digo muy en serio.

Saludé al baterista y después entramos en la discusión de la pizza, la cual acabó ganando contra la comida china por la cual optaba Bill. Era divertido observarlos alegar por la comida como pequeños niños.

Comimos rato más tarde y miramos un par de películas. Me preguntaron, de forma muy sutil, por los golpes que hasta ya había olvidado. Mi cara no tenía más rastros del dichoso evento.

Rato más tarde ayudé a Bill a limpiar el desastre en la cocina que habían ocasionado los otros tres buscando la salsa de tomate…

- Te trata bien ¿no? – preguntó enjuagando uno de los platos utilizados en la comida.

- ¿Cómo dices? – pregunté curiosa deteniéndome de la tarea de secado de la vajilla.

- Ese idiota de allá – rió señalando fuera de la puerta, en donde Georg se encontraba platicando animadamente con los demás integrantes de la tarde – Te trata bien.

- Sí – dije más bien en modo de pregunta, confundida - ¿Por qué lo dices?

- Dai – suspiró junto a una risa - ¡Dai, Dai, Dai!

- ¿Qué? ¿Qué? ¿Qué sucede? – insistí en matar esa incertidumbre. ¿Qué era tan lógico que yo no lograba comprender?

- No por nada trae a una chica en nuestro día, el día que nos reunimos.

- Lo ultimo que yo quería era interrumpirlos, se que es diferente conmigo aquí…

- ¡No linda! No es a lo que me refiero, me agrada tu compañía… - sonrió y volvió a tallar la fila que aguardaba la combinación de sus manos, agua y un poco de jabón.

- ¿Entonces? – agudicé mi tono.

- Nunca antes había traído a una chica a este lugar. Yo se que no lo hacía por ``respetarnos ´´ - hizo comillas al aire con sus espumosas manos – Eso le vale un cacahuate. Simplemente lo hacía por que no se sentía cómodo. Mira que he aquí la excepción en carne y hueso. Te quiere. Te quiere y mucho. Conozco a ese cascarrabias hasta con los ojos cerrados…

- No fue a su voluntad. Grité por su ayuda, superman llegó.

- ¿Lo llamaste? – preguntó apantallado.

- Sí.

Y se me quebró la voz. Acababa de desenmascarar mi sufrimiento, y prefería ser arrollada por un gran camión antes de eso.

Bill no dijo nada, siguió despegando la grasa de los cacharros blancos. Noté su estado de crisis al no saber que hacer inclusive en su respiración.

- Estoy bien – me animé a decir.

- No lo creo Dai, no creo que lo estés. Llamaste a Georg… - giró mi rostro con sus pulgares de una manera sutil, pero obligando a convertirse el en testigo de mis ojos rojos y labios temblorosos – lo llamaste cuando ya no podías más, e incluso lucías más ridícula de lo que ahora te vez, tontita.

- ¡Hey! – reí mientras una lágrima patinaba en mi mejilla.

- He sido un buen confidente y hay pruebas – señaló con discreción a Tom que ahora jugaba videojuegos junto a Geo. Gustav tomaba una siesta – Puedo convertirme en tan sólo oídos si así lo deseas y llevarme todo eso a la tumba también.

Georg volteó, sostuvimos la mirada durante unos segundos entre el cristal de la puerta de la cocina y la distancia. Sus ojos apuntaron a los míos y en gran velocidad salió de ellos la dosis perfecta de un dulce tranquilizante único en el. Sentí como si el tiempo estuviera en retrospectiva y las ardientes gotas saladas de mis ojos regresaran a las cuencas que guardaban imágenes estremecedoras.

- Bellas palabras.

- ¿Convincentes? – agrandó los ojos y sonrió forzadamente.

- ¡Chismosito! – Reí – La historia me la he guardado mucho tiempo, y me ahoga, me asfixia, es como un peso eterno.

- Dejemos esto – sonrió dirigiendo la mirada hacia el lavaplatos, luego se dirigió hacia la heladera y sacó dos botellas de té helado – Te servirá, es cómo la bebida mágica – dijo alegre extendiéndome una de ellas. Nos sentamos en los banquitos de la barra roja que decoraba la mayor parte de la cocina.

Al tratar de decir la primer palabra de la historia sin fin, sentí un impacto en mi cabeza que decidí ignorar, una especie de bloqueo, ya me era familiar. Luego, el clásico ataque de flashbacks atormentando mi inofensivo cuerpo que se tamborileaba en el minúsculo banquito. Otra vez.

Despegué los labios…

- Volverá. Se que un día todo podrá ser como antes, los buenos tiempos. Poder vivir desprevenida, como toda persona normal lo hace. Pero vivo esperando como niño en víspera de Navidad. Fue hace unos años el choque más duro de toda la historia, sin embargo la pesadilla comenzó desde que puedo recordar con claridad todo. Yo… no se si pueda, Bill. Las palabras no salen, se quedan atoradas en mi garganta junto a un gran ardor….

Tragos de té helado para armar valor me permitieron continuar.

- Tengo buenos recuerdos dentro de la historia. Pequeños detallitos. Los más importantes. Intocables.

Frotó mi ante brazo recargado en la fría barra con ternura, brindando un apoyo que buscaba a gritos. Logré calmarme.

- ¿Es posible combinar a la familia con un romance y acabar todo en una catástrofe que te seguirá hasta el infinito? Yo sólo creía que era cosa de películas y demás… desafortunadamente vivía en el error. Pero todo me alejó de ella… mi hermana mayor. No sólo causó nuestra distancia, existen peores consecuencias. La necesito más que a nadie, y no dudo que ella me extrañe, pero vernos, es algo prohibido. No es que alguien lo impida, si no es lo mejor para ambas, nosotras tomamos la desición de estar distanciadas…

- Duele.

- Sí. Hemos tratado de vernos de nuevo. Un día ambas viajamos a España para crear el rencuentro; Cuando Elisa se enteró, viajó como loca sólo para detenernos. Vi a mi hermana, a muchos metros de distancia, ella me vio a mí. Elis se obligaba a detenerme, incluso amenazó con golpearme. Era para el bien, para el bien de todos.

- ¿Todos? ¿Quiénes entran en la categoría? ¿Tu hermana y tú?

- No. Todos.

- Dai… Rowman tiene que ver en esta historia – no preguntó.

- Los Rowman.

- ¿Cuántos de ellos son?

- Tres hermanos. Danny, William y Jacob.

- ¿Se involucran mucho en el relato? – Endureció el gesto. No quería recaer en crisis pero mis manos temblorosas no apoyaban mucho la idea.

- Ellos son la historia…

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miércoles, 10 de marzo de 2010

Cap. 34 < Dame Aliento >






[Capítulo anterior: (Bill Kaulitz) - El amor llega cuando menos te lo esperas. Tom pronto… muy pronto te vas a enamorar.)


(Daiana)

- I feel the empty words… - mi voz iba ganando poder conforme la canción abarcaba tiempo - …tonight.

Había terminado mi composición con broche de oro, que se lo brindaba la última nota en un extremo tono agudo. Cerré la carpeta con las palabras escritas y los dibujillos de las notas junto a estas.

- ¡Hermoso! ¡Perfecto! ¡Perfecto! – Celebró agitando su cabello y batiendo palmas.

- Es la única pieza que tengo completa – sonreí apenada. Había tenido el tiempo necesario por lo menos para escribir cinco composiciones, y solo tenía una en la carpeta que se encontraba debajo de mi brazo.

- Bueno, pero… ¡es muy buena! – ahora ella habló saliendo a mi defensiva de una manera oculta.

- Lo es, claro que lo es – tomó un semblante serio, sus falsas pestañas se movieron con rapidez, estaba analizando.

- ¿Y? – pregunté ansiosa.

- Bombones, cometí una pequeñita travesura – se rió con picardía mientras ponía sus manos en la boca y divagaba los ojos por aquella especie de estudio.

Sí, habían pasado un par de días intensos; retomé el trabajo. Durante esos dos días no hubo cupo para mis asuntos, sólo practicar con la ayuda de un piano, repetitivamente. No me disgustaba, en lo absoluto, era algo que me encantaba hacer; pero mi cuerpo exigía un tiempo para mí misma a gritos. Me relajaba con la idea `` sales de aquí y te compras un helado de almendras ´´. Mi gran premio.

- ¿Cuál travesura? – Preguntó Atziri muerta de curiosidad - ¡Taylor! ¿Qué hiciste? ¿Qué? ¡¿Qué?!

- Pues…

- ¡Taylor! – me tocó insistir a mi.

- Deberían tomarse un té chai y con eso tendrían una gran relajación, amargadas – dijo el con un tono más femenino de lo normal y haciendo ademanes con las manos - ¿Ven la computadora que está allá? – Señaló un moderno equipo profesional, asentimos – Ha estado prendida todo este tiempo – un ataque de risa lo invadió y su rostro se volvió más colorado que el propio maquillaje.

- ¡Uy! ¡Malote! – criticó Atziri dándole palmadas en la espalda. Taylor no podía parar su risa – Si te descubren, vas a acabar en la cárcel ¿eh?

- ¡No! – interrumpió. Ahora giraba por el lugar aplaudiendo y pataleando contra el piso – Es que… eso no es todo.

Atz intercambió unas divertidas miradas conmigo, ¿a que se debía la simpleza?

Después de cinco minutos más de imparables risas y tres vasos de agua, Tay se quejaba por unos retortijones en el abdomen y decidió hablar.

- Ok. La computadora ha estado prendida todo este tiempo, quiero decir, te vieron…

- ¿Me vieron? ¿Las computadoras ven? ¡Dato curioso!

- ¡Bah! Déjame hablar – sonrió – Las computadoras no ven; pero las personas detrás de la web cam sí, ellas sí.

Giré, casi por instinto, la mirada hacia el equipo. En la parte superior del monitor, un pequeño foco verde parpadeaba.

- Tenías una cámara web prendida, y yo desconocía el asunto – asentí mirándolo de manera retadora - ¿Sabías que puedo demandarte por eso? Va contra la ley.

- Sí encanto, pero no lo harás – sonrió desafiando mis ojos junto a la mirada penetrante – Eres dulce y angelical como para demandar a una diva como yo – plantó un beso sobre mi frente.

- ¡Por dios Taylor! - reprochó Atz - ¿Quién vio a Dai cantar? ¿Tu novio? – ahora ambas reímos, pero el puso cara de enfado.

- No – enmarcó una ceja con orgullo – Cherry Tree Records.

- ¿Che… Cherry… - tartamudeó ella en respuesta.

Yo temblaba.

- Aha, así es. Así que la próxima vez, no traten de burlarse de mi cuchuchito querido y yo, ¿quedó claro hermosas?

- ¿Cherry Tree…

- …Records? – terminé.

Taylor asintió dándome un gran abrazo. No pudo evitar una sonora carcajada cuando la sangre de mi rostro desapareció dejando una tremenda palidez.

- ¡Linda! Te has puesto como fantasma. Por suerte ya no tienes los moretones aquellos; de lo contrario hasta darías miedo – volvió a reírse. Esta vez Atziri lo acompañó.

Tay se acercó a la computadora y prendió el monitor. Fue ahí donde me vi plasmada en un pequeño recuadro del video llamado. A un lado de la grabación se establecía una conversación, letras, letras y letras. Sentí mis piernas tambalear. Había estado en grandes presentaciones en el pasado, pero esta vez era oficial. Tenía miedo. Miedo a las opiniones, miedo a las críticas, miedo a quedarme sin el futuro que en cierto modo, siempre había soñado.

Los dedos de Taylor desplazándose estruendosamente por las teclas del equipo me hicieron volver de mis pensamientos. Apagó la web cam y jaló un banquito que había cerca; sentó su cuerpo para intercambiar unas palabras con el contacto que me había estado observando, evaluando en realidad. Tay reía a veces, y emitía graciosos sonidos, mientras Atziri y yo forzábamos los ojos para tratar de observar lo posible introducido en aquella conversación, fue inútil.

- Bueno Dai… - se paró perezoso del asiento – tengo noticias.

- ¿Por qué lo hiciste? No estaba preparada lo suficiente.

- Por que…

- Mi voz se escuchaba un poco gangosa ¿no lo creen?

- Pues…

- No tomé bien el aire y me adelanté un poco en la que le correspondía al riff.

- No. Tengo decir que…

- Fui un asco. ¡Nunca había cantado tan mal!

- Daiana no…

- Perdí mi primera y ultima oportunidad, todo por un absurdo video llamado. ¿No odian la tecnología?

- ¡Demonios chica! ¿Siempre eres así de perfeccionista? – soltó en risas a coordinación con Atzi.

- ¡Agh! Disculpen mi paranoia, estoy nerviosa – admití ocultando mi rostro con la bufanda morada que llevaba enredada al cuello.

- Sí. Ten por seguro de que ya nos dimos cuenta – intervino Atz – Ahora deja que la voz profeta hable.

- Gracias – dijo Tay triunfante – Es simple ¿sí? – Dio palmaditas a uno de mis hombros – Les encantó…

- ¿Les encantó? – sentí como mis ojos despedían brillo.

- En realidad se queda corto el término, les fascinó querida – Taylor sonrió y Atziri apretó ansiosa una de mis manos – Tienes un muy amplio registro de tonalidades, fue lo que dijeron. ¡Felicidades! No habían escuchado una voz tan profunda y suave al mismo tiempo desde hace un rato atrás; están hartos de las vocecillas plásticas de la actualidad, pues en realidad, cantantes ya hay pocos, voces editadas muchas… tienes las condiciones para hacerlo Dai, harás lo que te gusta hacer y vivirás de ello, sin mencionar el éxito y el reconocimiento de tu arte. ¡Baby! ¿Acaso no es maravilloso?

- Hablas como si tuvieras visiones al futuro – emití con voz aún seca.

- ¡Daiana! Confía en lo que te dije.

- Trato, trato, pero me es difícil…

- ¿Te es difícil tratar el éxito? – dijo con voz desafiante.

Me quedé callada. Pensé en ello. Tal vez un futuro que prometía un gran reconocimiento me abrumaba. Le temía.

- No será nada malo nena. Te adaptarás… - continuó pestañeando de una manera ridícula.

Quería una vida normal, ya me era suficiente llevar guardaespaldas como para luego aumentar mi seguridad. Pero a pesar de la fama y lo que esta traería, había una presión en el pecho que me detenía para continuar con la propuesta.

- …Vivirás con glamour, bueno con más del que ya tienes – bromeó – pero lo material y la riqueza económica no es lo que importa. Cantar es tu vida ¿me equivoco?

- No, estás en lo correcto – confirmé con lentitud. Era como un `` sí ´´ a aquella oferta y yo caí en cuenta segundos después que las palabras salieron de mi boca.

- Pff… acepta, es la oportunidad de tu vida ¡dhu! – habló Atz con esa indiscreción característica de ella. Examinaba a la vez un montón de telas que se encontraban en una esquina, para sus nuevas creaciones, que en lo posible, acabarían puestas en mi. Me imaginé la escena. Yo en el escenario, mis cuerdas vocales retumbando por el lugar, un vestido confeccionado a la perfección y una oleada de fans siguiéndome por la gira. Me seguía estremeciendo la idea, pero me emocionaba de una forma que no había experimentado antes.

- Es muy sencillo, insisto. Te mandarán una invitación a tu hogar para que los vayas a visitar, ya sabes, Soundcheck. La web cam distorsiona un poco el sonido…

- Sí, ¿qué tal que si se escuchaba mejor por el microfonito de la camara? – cuestioné. Era una teoría absurda, pero un buen pretexto para ser inventado al instante.

- ¡Aha! Un micrófono de una web cam te hizo una voz increíble, pero los micrófonos profesionales con los que allá tendrás que cantar, te delatan. Cantas fatal – rió con sarcasmo – Déjate de tonterías hermosa – sonrió con ternura, como si tuviera una chiquilla enfrente de sus ojos… pues así lo era. Apenas una pequeña nena confundida estaba frente a las pupilas de Taylor y Atziri.

.   .   .   .   .   .

- Usted tiene 2 mensajes de voz nuevos…

La contestadota automática canturreaba en la acústica de la casa. El regreso no había tenido tránsito de por medio. La oscuridad traspasaba el ventanal, había estado el día entero con el par que estaba dispuesto a sacarme del anonimato.

- Primer mensaje. 14:23 horas… - la voz robotizada cambió en una más chillante – Hola, soy yo… eh… llámame pronto ¿si?

- `` Soy yo ´´ - repetí las palabras recostándome a la vez en el sillón – Coherente, identifico muy bien al tal `` yo ´´. Buen amigo – dije con ironía.

- Segundo mensaje. 16:36 horas… - volvió a enfatizar la vocecilla artificial del aparato. Una repentina reacción me indicó en poner más atención al siguiente mensaje – Hola… - fue cuando mi palpitación se volvió irregular – Hola – repitió – pensé que estarías en casa. Has dejado el espíritu hogareño ¿verdad pequeña? ¡Ja! De que estoy hablando, si hace décadas lo dejaste, sí décadas. – una terrible nostalgia partió mi corazón en dos, o en tres si no es que en cuatro - Volveré a marcar cuando tu alma fiestera haya regresado a la normalidad. Espero que eso sea pronto o estarás en graves problemas Daiana Constanza….

Las últimas palabras las dijo con una ternura inolvidable. Mi sangre retumbaba al ritmo del corazón a través de las venas.

Cuanto tiempo sin escuchar la tonada angelical de su voz, la que ella siempre negó. Cuanto tiempo sin escuchar sus regaños, sus divertidos celos, sus consejos.

Habían pasado años así. Eran pocas las veces en las que teníamos contacto de este tipo, y para nuestra mala suerte nunca coincidíamos. Años que se habían convertido por lo menos en una década, que simulaba muy bien el puesto de siglo.

Le temía a la soledad y estaba sumergida en ella. Vivía entre sus terribles brazos que arañaban mi mente.

Desperada hurgué entre los números telefónicos de la sección de contactos de mi celular hasta que me topé con el indicado. Fue la invitación que dio lugar a las palabras de bienvenida al abrir la puerta.

- Gracias por venir – susurré con los ojos cristalinos.

- No agradezcas linda. Es una orden que llames cada vez que lo necesites… ¿sí? – su mano se asentó en la parte más baja de mi espalda y me aplastó contra su cuerpo, obligándome a arquearme contra el. Sumergí mi cara entre su cabello.

- Ok – contra su pecho, donde él no podía verme, mis lágrimas brotaron y se derramaron por mis mejillas. Eran tan sólo mínimos cristalitos líquidos, pero que me quemaban los párpados.

- Estás llorando – aseguró, supongo cuando sintió la humedad de mi llanto calmado traspasar su camiseta. Levantó mi barbilla con un pulgar, obligándome a toparme con sus ojos verdes – No sabía lo hermosa que te veías llorando - Sonreí levantando débilmente las comisuras de mis labios.

- Georg – me quejé como niña pequeña y después volví a enredar mis brazos en su espalda.

- Vamonos – dijo entre una risa armoniosa – Te propongo algo. Comida, música, bromas, idiotas en proceso de crecimiento… eso me incluye, y…. comida aunque ya lo haya dicho. ¿Qué tal?

- Sí – asentí entre un hipido. Se apartó unos pasos y me observó.

- Quiero una cara feliz – reclamó forzando una sonrisa en mi rostro con sus dedos - ¡Mucho mejor! – celebró cuando logró una fingida sonrisa. Apartó sus manos y mis labios se dejaron caer - ¡Dai arruinaste mi obra de arte!

- ¿Tu obra de arte?

- El título era `` La sonrisa más hermosa ´´. Poco original, pero perfecto – disminuyo la incómoda distancia entre nosotros y me plantó un fugaz beso en los labios que me cayó de sorpresa – No te hace bien estar aquí… ¡Corre!

Tiró de mi brazo y sus pies se movieron en velocidad relámpago. Alcancé a tomar mi bolso que estaba en el respaldo de una de las sillas del comedor y mi abrigo cayó al piso en el intento. Me dejé guiar por sus pies que parecía que ni siquiera tocaban el suelo. No me iba a caer, pues a pesar de la velocidad, mi muñeca estaba apisonada con firmeza en su puño. Bajamos las escaleras como dementes, uno que otro escalón lo salté, pero nunca caí al piso. El portero nos observó con su amargado rostro al igual que los vecinos con los que nos cruzamos. Dejé la aflicción que nos brindaban para que le hicieran compañía a mi soledad.

Tenía compañía… la mejor que puede haber pedido. Cruzamos el lobby a toda velocidad, mi bolso arrastraba el piso conforme yo arrastraba el uso de mi razón.

- Dame aliento – murmullé con los ojos cerrados cuando sentí una pausa.

¿En que momento me senté en el asiento copiloto de su coche?



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