jueves, 25 de marzo de 2010

Cap.35 < Volverá >







[Capítulo anterior: - Dame aliento – murmullé con los ojos cerrados cuando sentí una pausa. ¿En que momento me senté en el asiento copiloto de su coche?)

- No quiero presionar, pero llevo la mitad del camino en incógnita – elevó con una de sus sonrisas - ¿Me dirás de que se trata? Sólo si estás dispuesta a hablar espero la respuesta.

Prendí la calefacción, comenzaba a helar afuera.

- ¿Nunca te han dado ganas de llorar sin motivo? – reí. No era así, no sabía como decirlo, y no tenía muchas fuerzas como para hacerlo.

Noté como su rostro se tensaba. Tal vez me había descubierto. Después de unos segundos eternos contestó.

- En realidad no. La última vez que lloré, si bien recuerdo, tenía un juguete en la mano que otro niño intentaba arrebatarme.

- Que suerte.

- Pues… extraño esa sensación – me lanzó una mirada coqueta cuando estábamos enfrente de un semáforo y su luz roja – Pero de algo estoy completamente convencido. No derramaré una lágrima enfrente de Tom si no quiero que acabe de arruinar mi vida. ¡Ese lloró con Hairspray! Imagínate cuanto me burlé…. – rió imparablemente y le costó trabajo articular su frase siguiente - Pero el es el maestro en la venganza. Sería mi fin llorar con el enfrente.

- Debe ser una tortura sufrir enfrente de esos tres – dije junto a una risa.

- Díselo a Tommy-bebé-chillón – pasó uno de sus dedos por el húmedo contorno de mis ojos y echó el motor a andar de nuevo – En realidad no es tan malo siempre y cuando esté Bill y Gustav por ahí. Ellos son los especialistas en subir los ánimos.

- ¿Por eso me llevas con ellos? – soné agresiva. Mucho. Se silenció el interior del auto por mi culpa.

- Eh… pensé que te caería bien salir de ahí, sólo eso.

- Perdón – me disculpé arrepentida – Perdón – repetí.

- No hay cuidado Dai, está todo bien.

- ¡No! ¡No lo está! – Perdí los estribos - Soy grosera contigo, eres quien menos lo merece. Eres tu quien me saca de este hoyo y yo… ¿trato de sumergirte en el? Me estás dando la atención que alimenta mi felicidad, y te agradezco por ello.

Sonrió. Me sonrió.

- Así es como debe de ser ¿no?

Besó. Me besó.

- Como debe… – resalté la última palabra – de ser.

. . . . .


- ¡Pizza! ¡Comeremos Pizza! – fue la primer frase que escuché al entrar a aquel departamento. Georg me había indicado que era el de los gemelos; no le hubiera creído que los dueños del lugar eran chicos ha no ser por el excelente gusto de Bill.

- Ven – jaló de mi mano que metió a mi miedoso cuerpo dentro – Estás en tu casa.

- ¿Qué no esas palabras le corresponden a los dueños del lugar? – dije en voz queda. Supuse que era un día de chicos y no quería intervenir en su reunión, por que aunque lo negaran, conocía de sobremanera que su actitud tenía que ser diferente enfrente de alguna presencia femenina.

- Ah sí, tienes razón – torció los labios – Déjame hacer esto de la forma correcta – guiñó un ojo y después se inclinó donde en el pasillo culminaba. Detrás se escuchaba la conversación, más bien discusión, de la pizza. Georg husmeó con la vista el lugar - ¡Kaulitz vengan para acá!

- ¡No Geo! No grites… - lo lancé para atrás entre risas – No es necesario que hagas esto.

- ¡Oh pero claro que sí!

- No…

- ¡Tom, Bill vengan! ¡Tenemos un problema! – gritó de nuevo sacando la cabeza del pasillo.

- Georg – supliqué exasperada – No lo hagas.

- No se preocupe, quiero darle la bienvenida que se debe dar a una dama, y más siendo usted – simuló una reverencia mientras yo lo observaba con ambas manos tapando la mayoría de mi rostro - ¿Acepta señorita?

- De hecho sería conveniente que me fuera… - le quité mi bolso de las manos con el que estaba jugando – yo…. se me hace tarde.

- ¿Tarde para qué? ¿La hora del té? ¡Oh señorita Ruzzo pero si lo puede tomar con nosotros! – caminó dando cómicos brinquitos antiguos. En otras circunstancias me habría botado de risa.

- Georg… hablo en serio – puse mi mano en la perilla de la puerta con la intención de girarla pero su cuerpo se interpuso entre esta y yo.

Lo miré confusa. Sus movimientos habían sido bruscos. Por un momento me sentí acorralada.

- Lo siento – se quitó y fue el quien completó la tarea de abrir la puerta principal – Sí te quieres marchar… déjame regresarte a casa. Por favor.

- Eso estaría perfecto – sonreí con cierta frialdad que hasta yo pude notar.

- Bien – asintió levantando los hombros.

Caminamos por el cálido pasillo que contenía los elevadores cuando una mano helada tocó mi cuello por atrás.

- ¿Estoy frió? – rió después de mi expresión a la diferencia de temperaturas. Su cabello estaba lacio y lucía natural sin una gota de maquillaje - ¡Dai! – Gritó dándome un gran abrazo imposible de resistir - ¡Es un gusto verte por estos rumbos!

Los gemelos estaban ahí y era Bill el que me había detenido. Lucían felices por verme pero confundidos a la vez…

- Hola Bill – saludé sonriente cuando me separé de sus brazos – ¡Tom! ¿Cómo estás tú? – ahora el abrazo vino de el.

- ¡Hola Daiana! ¡Que hay men! – nos saludó el ultimo con ánimos. Llevaba unos anchos pantalones como siempre, pero una camiseta blanca sin mangas, que apenas servía para guardar pudor.

No tardó mucho tiempo para que se formara un revoltijo de saludos ahí mismo.

- ¿Por qué demonios estamos aquí parados en medio de la nada? – Tom miró alrededor – Ni siquiera me había fijado en esta parte del edificio.

- ¡Lógico! Tu mente es temática… ``sexo, sexo, sexo ´´ ¡¿Cómo te vas a fijar en algo más?! – dijo Georg. Tom no pudo evitar reírse pero frunció el ceño y apretó los labios lo más rápido posible.

Bill y yo cruzamos miradas. Me sonrió de una forma que un hermano le sonríe a su hermana.

- Dai… te invito a pasar. No te ibas aún ¿verdad? – preguntó extrañado. Rodeó mis hombros con sus esqueléticos brazos cubiertos con una chaqueta de cuero negra y forzó a mis pasos seguirle ritmo a los suyos – Ellos se dedicarán a jugar `` A ver quien dice la mayor estupidez ególatra ´´ y no tengo una modestia tan grande como la suya para participar en ello – rió.

Parecía que iba a compartir la tarde con ellos. Recapacitando, no tenía mucho sentido volver a casa, me aterrorizaba, como si hubiera un mounstro en mi armario. Y ese mounstro se llamaba pasado.

Volteé a mis espaldas, donde Geo y Tom nos seguían los pocos pasos para estar de vuelta en el apartamento. Tom combinaba las palabras `` rey, sexo, tu, no, hobbit, deforme, rancio ´´ así que no se dio cuenta de mi mirada. En cambio, Geo, guiñó de nueva cuenta uno de sus ojos y levantó sus pulgares. Quería mi compañía… o tal vez era yo quien quería la de el.

- Ponte cómoda Dai – dijo Bill con su voz armoniosa cuando estábamos adentro. Sin presión, pude hojear mejor el interior. Era precioso. – Yo lo decoré – dijo orgulloso cuando notó mis miradas.

- Billy, es perfecto.

- ¿Te gusta?

- ¿Qué si me gusta? No… ¡me encanta!

- Bueno Dai, entonces tienes una nueva guarida – sonrió – Úsala cuando quieras. Brindaremos más tarde por los Paparazzis…

- ¿Por qué por ellos? – dije un cuanto ofendida. No habían sido las mejores personas que se involucraban en mi vida.

- Vele el lado bueno – se unió Georg que llamaba a Gustav a gritos, este último seguramente se encontraba en otra de las habitaciones. Era amplia el área del lugar – Sin ellos, no seríamos… tan unidos.

- ¡Ay amorcito! ¡Sí sí! ¡No seriamos tan unidos! – se burló Tom a nuestras espaldas. Pestañeaba incansablemente y daba vueltas por la estancia.

- ¡Oh! ¡Benditos Paparazzis! ¡Oh santo cielo! ¡Bomboncito me derrites! – corrió Bill hasta su hermano para seguir el teatro y simularon una escena romántica que subía de nivel.

- ¡Iugh! Consíganse unas novias – dijo Gustav saliendo de uno de las puertas y descubriendo así, una traumante escena – Lo digo muy en serio.

Saludé al baterista y después entramos en la discusión de la pizza, la cual acabó ganando contra la comida china por la cual optaba Bill. Era divertido observarlos alegar por la comida como pequeños niños.

Comimos rato más tarde y miramos un par de películas. Me preguntaron, de forma muy sutil, por los golpes que hasta ya había olvidado. Mi cara no tenía más rastros del dichoso evento.

Rato más tarde ayudé a Bill a limpiar el desastre en la cocina que habían ocasionado los otros tres buscando la salsa de tomate…

- Te trata bien ¿no? – preguntó enjuagando uno de los platos utilizados en la comida.

- ¿Cómo dices? – pregunté curiosa deteniéndome de la tarea de secado de la vajilla.

- Ese idiota de allá – rió señalando fuera de la puerta, en donde Georg se encontraba platicando animadamente con los demás integrantes de la tarde – Te trata bien.

- Sí – dije más bien en modo de pregunta, confundida - ¿Por qué lo dices?

- Dai – suspiró junto a una risa - ¡Dai, Dai, Dai!

- ¿Qué? ¿Qué? ¿Qué sucede? – insistí en matar esa incertidumbre. ¿Qué era tan lógico que yo no lograba comprender?

- No por nada trae a una chica en nuestro día, el día que nos reunimos.

- Lo ultimo que yo quería era interrumpirlos, se que es diferente conmigo aquí…

- ¡No linda! No es a lo que me refiero, me agrada tu compañía… - sonrió y volvió a tallar la fila que aguardaba la combinación de sus manos, agua y un poco de jabón.

- ¿Entonces? – agudicé mi tono.

- Nunca antes había traído a una chica a este lugar. Yo se que no lo hacía por ``respetarnos ´´ - hizo comillas al aire con sus espumosas manos – Eso le vale un cacahuate. Simplemente lo hacía por que no se sentía cómodo. Mira que he aquí la excepción en carne y hueso. Te quiere. Te quiere y mucho. Conozco a ese cascarrabias hasta con los ojos cerrados…

- No fue a su voluntad. Grité por su ayuda, superman llegó.

- ¿Lo llamaste? – preguntó apantallado.

- Sí.

Y se me quebró la voz. Acababa de desenmascarar mi sufrimiento, y prefería ser arrollada por un gran camión antes de eso.

Bill no dijo nada, siguió despegando la grasa de los cacharros blancos. Noté su estado de crisis al no saber que hacer inclusive en su respiración.

- Estoy bien – me animé a decir.

- No lo creo Dai, no creo que lo estés. Llamaste a Georg… - giró mi rostro con sus pulgares de una manera sutil, pero obligando a convertirse el en testigo de mis ojos rojos y labios temblorosos – lo llamaste cuando ya no podías más, e incluso lucías más ridícula de lo que ahora te vez, tontita.

- ¡Hey! – reí mientras una lágrima patinaba en mi mejilla.

- He sido un buen confidente y hay pruebas – señaló con discreción a Tom que ahora jugaba videojuegos junto a Geo. Gustav tomaba una siesta – Puedo convertirme en tan sólo oídos si así lo deseas y llevarme todo eso a la tumba también.

Georg volteó, sostuvimos la mirada durante unos segundos entre el cristal de la puerta de la cocina y la distancia. Sus ojos apuntaron a los míos y en gran velocidad salió de ellos la dosis perfecta de un dulce tranquilizante único en el. Sentí como si el tiempo estuviera en retrospectiva y las ardientes gotas saladas de mis ojos regresaran a las cuencas que guardaban imágenes estremecedoras.

- Bellas palabras.

- ¿Convincentes? – agrandó los ojos y sonrió forzadamente.

- ¡Chismosito! – Reí – La historia me la he guardado mucho tiempo, y me ahoga, me asfixia, es como un peso eterno.

- Dejemos esto – sonrió dirigiendo la mirada hacia el lavaplatos, luego se dirigió hacia la heladera y sacó dos botellas de té helado – Te servirá, es cómo la bebida mágica – dijo alegre extendiéndome una de ellas. Nos sentamos en los banquitos de la barra roja que decoraba la mayor parte de la cocina.

Al tratar de decir la primer palabra de la historia sin fin, sentí un impacto en mi cabeza que decidí ignorar, una especie de bloqueo, ya me era familiar. Luego, el clásico ataque de flashbacks atormentando mi inofensivo cuerpo que se tamborileaba en el minúsculo banquito. Otra vez.

Despegué los labios…

- Volverá. Se que un día todo podrá ser como antes, los buenos tiempos. Poder vivir desprevenida, como toda persona normal lo hace. Pero vivo esperando como niño en víspera de Navidad. Fue hace unos años el choque más duro de toda la historia, sin embargo la pesadilla comenzó desde que puedo recordar con claridad todo. Yo… no se si pueda, Bill. Las palabras no salen, se quedan atoradas en mi garganta junto a un gran ardor….

Tragos de té helado para armar valor me permitieron continuar.

- Tengo buenos recuerdos dentro de la historia. Pequeños detallitos. Los más importantes. Intocables.

Frotó mi ante brazo recargado en la fría barra con ternura, brindando un apoyo que buscaba a gritos. Logré calmarme.

- ¿Es posible combinar a la familia con un romance y acabar todo en una catástrofe que te seguirá hasta el infinito? Yo sólo creía que era cosa de películas y demás… desafortunadamente vivía en el error. Pero todo me alejó de ella… mi hermana mayor. No sólo causó nuestra distancia, existen peores consecuencias. La necesito más que a nadie, y no dudo que ella me extrañe, pero vernos, es algo prohibido. No es que alguien lo impida, si no es lo mejor para ambas, nosotras tomamos la desición de estar distanciadas…

- Duele.

- Sí. Hemos tratado de vernos de nuevo. Un día ambas viajamos a España para crear el rencuentro; Cuando Elisa se enteró, viajó como loca sólo para detenernos. Vi a mi hermana, a muchos metros de distancia, ella me vio a mí. Elis se obligaba a detenerme, incluso amenazó con golpearme. Era para el bien, para el bien de todos.

- ¿Todos? ¿Quiénes entran en la categoría? ¿Tu hermana y tú?

- No. Todos.

- Dai… Rowman tiene que ver en esta historia – no preguntó.

- Los Rowman.

- ¿Cuántos de ellos son?

- Tres hermanos. Danny, William y Jacob.

- ¿Se involucran mucho en el relato? – Endureció el gesto. No quería recaer en crisis pero mis manos temblorosas no apoyaban mucho la idea.

- Ellos son la historia…

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