domingo, 24 de enero de 2010

Cap. 30 < Como un viñedo de ti >






[Capítulo anterior: Me sentía ridícula, tan ridícula, ridículamente ridícula. Tal vez la fórmula para situarme en viejos tiempos se constituye de 100 gramos de dolor, 1 kilo de tensión y… una pizca de amor.]


El vapor que producía el agua hirviente rozando mi cuerpo, se congestionaba en la puerta de cristal de la regadera.

Un rato dentro de ella y estaba más fresca que nunca. Enrredé una toalla a mi húmedo cuerpo que aún despedía tibieza por las gotas de agua; mi otra mano se encargaba en desempañar el espejo abrumado en blanco. Observé mi reflejo.

- La cuatro y media – suspiré aliviada al ver la pantalla de mi celular – Aún queda tiempo.

Me senté sobre la tapa cerrada del inodoro para secar con frenesí los gajos de cabello que el agua había oscurecido. Cuando decidí que era suficiente lo cepillé con naturalidad, esperando que más tarde se ondulara.

Perdí mi instinto. No sabía con que empezar; cabello, maquillaje y vestuario, o, maquillaje, vestuario y cabello, o tal vez, vestuario cabello y maquillaje. Estaba hecha un lío y no precisamente por que usar o que estilo aportar.

Me despojé de la única tela que acariciaba mi cuerpo, la toalla, y caminé hacia la cocina por un vaso de jugo, para luego dirigirme al closet de mi recámara, no sin ante cerciorarme de que la única pobladora de la casa en el momento era yo, pues le permití a Alex y su pandilla un respiro en el café vecino a mi edificio.

- Perfecto, perfecto – aplaudí sacando de los ganchos un conjunto. Palpé la tela del coqueto vestido que me acompañaría la noche. Estilo vintage, de un color rosa pálido y con garabatos en negro a la altura del escote. Aún no lo había estrenado.

Lo arrumbé encima de mi cama, eso iría al último.


.  .  .  .  .  .

- ¿Segura que no quieres que te lleve un café? – preguntó Alex interrumpiendo la fase `` cabello ´´. Casi me quemo un dedo con la tenaza al detenerla junto al teléfono.

- No gracias, tomé un jugo hace rato.

- Bien, entonces vamos para allá, como en unos…

- En realidad, quiero que se tomen su tiempo – lo interrumpí.

- ¿Todo bien?... ¿Acaso nos estás despreciando?

- Nada de eso – reí – Ya… sólo `` cosas de chicas ´´.

- ¡Iugh! Nos tardaremos entonces – expresó con repugnancia.

- `` Cosas de chicas ´´ - reí al colgar el teléfono - ¡Siempre funciona!

Terminé de acomodar mi cabello e iluminé mi rostro con una serie de productos que hicieron bien, muy bien lo suyo. Ocultaron lo morado de mi rostro, ahora solo eran difuminadas sombras.

A la hora de ponerme el glorioso vestido, el sonido del timbre de la puerta cortó mi tarea a medio cuerpo. Me apresuré en ambas cosas: terminarme de vestir y averiguar quien llamaba al departamento.

- Alex… te hubieras tomado más tiempo – dije detrás de la puerta cuanto quitaba toda la gama de candados y seguros que David había ordenado poner.

- ¿Me puedes explicar quien diablos es Alex? – bromeó con seguridad. Estaba recargado al marco de la puerta - ¿A quien le presumo mis puños esta noche?

- ¡Puntual!

- Sólo con lo que más me interesa – guiñó un ojo.

- Me alegra saber que te intereso tanto, llegas con… - miré el reloj de plata ajustado a mi muñeca – una hora de anticipación.

- Vengo desde muy lejos, tomé mis precauciones para llegar a Berlín a una hora adecuada.

- Aha, precavido entonces – sonreí - ¿Gustas pasar? – Abrí un poco más la puerta - ¿O te quedarás toda la noche ahí con tu pose de película?

- Sería buena idea, te derretirías.

- ¡Sí claro! Pasa…

- Tu casa me… provoca – dijo cabizbajo pero sosteniendo una risa – mejor vamonos ya.

- ¡Georg! – Golpeé su hombro - Más vale que me sorprendas ¿eh?

- ¡Claro! – Sonrió – Una noche llena de sorpresas. Te vez muy bonita.

- Gracias, pero no me conviene ir descalza a la calle – miré mis pies, aún no me había puesto los zapatos – Espérame.

Corrí a mi cuarto por lo esencial y volví a donde se encontraba él junto a unos flats a juego con el vestido, un bolso y un abrigo en negro.

Bajamos por el elevador aventándonos miraditas a través de los espejos que recubrían a este. El camino de ese encuentro iba muy bien.

En el estacionamiento me presentó a su `` bebé ´´ (como el lo llamaba). Un hermoso auto deportivo en negro onix. Por dentro sólo dos asientos lo invadían, haciéndolo ver más minimalista y sofisticado. No reconocí la marca ni el modelo, pero sin duda era irresistible.

- Cada vez me enamoro más de esta nave – miró orgulloso toda la tabla de controles cuando estábamos adentro. Era cálido – Es tan cómodo que puedes dormir en el con ninguna queja.

- Envidiable.

- ¡Tom dijo lo mismo! Y eso que tiene un coche maravilla.

- Pero, siento que este coche te va para ti. No lo vería con nadie más.

- ¿En verdad?

- Sí.

- Pues… no se ve nada mal contigo, nada, nada mal.

– Arranca ya o vas a babear encima del volante - sentí como mis mejillas se enrojecían.

- Ay Dai – ladeó la cabeza junto a una mirada risueña y nos apoderamos de las calles junto al rugido del motor.

.   .  .  .  .   .

(Bill)

- ¿Seguro que ese idiota te dijo que aquí? – preguntaba Tom hurgando entre la gente del restaurante.

- Sí, me lo aseguró – lo jalé de su playera que más bien parecía camisón – Y deja de voltear para todos lados, llamas la atención.

- No Bill, te creíste su broma ¿Para que nos citaría Hagen a un restaurante? – puso una cara de asco - ¿Le gustamos? ¡Agh! Seguro quiere un trío.

- Tus ideas sexosas Tom, me revuelven el estómago.

- A mi no me reclames… es Georg el que tiene esas fantasías, nos quiere seducir, por eso nos trajo aquí y después nos va a embriagar para llevarnos a su casa y…

- ¡Cállate Thomas!

- Lo siento, cuando me desespero mi mente comienza a divagar.

- ¿Con Georg? – reí.

- Sí con… ¡OYE NO!

- ¡Ay hermanito! Mejor sentémonos, no quiero que te desesperes más y luego me cuentes tus fantasías con Gustav – nos dirigimos a una mesa mientras la camarera nos entregaba las cartas – No sería agradable ja.

- Déjame en paz – se rió mientras reflexionaba la sarta de tonterías que acababa de decir.

Era un lugar muy lindo. La comida en las mesas continuas olía deliciosa. La mayoría ahí eran adultos, así que podíamos pasar como irreconocidos, aunque una que otra vez se acercaban para pedir un autógrafo para sus hijos.

Tom y yo pedimos una ensalada como entrada, esperábamos la misteriosa aparición de Georg por ahí. ¿A que se debía todo? No era una simple reunión, Tom tanto como yo, lo sabíamos.

- Lindo bolso – señaló Tom con burla mientras yo buscaba en el mi celular que vibraba.

- Lindos tenis – torcí mis labios mientras las lucecitas de estos se encendían – Que bueno que te haya gustado mi excelente gusto.

- Ehem… fueron los primeros que encontré – ocultó sus pies debajo de la mesa.

- Seguro – reí mientras oprimía el botoncito verde de mi celular - ¿Bueno? ¿Ya? Perfecto. Sí sí aquí, Ok - colgué

- ¿Ya llego el Hobit?

- Sí, mira ahí está – indiqué con mis ojos la puerta, Tom volteó.

- ¡Wow! Parece que será una noche divertida con tanta compañía – exclamó abriendo mucho los ojos.

- Eh… sí sí, compañía – dije nervioso mientras me incorporaba en la silla al verlos, no sólo era Georg.

(Daiana)

Minutos antes de entrar al restaurante…

- ¿Has venido a este lugar?

- Me suena – observé la fachada mientras Georg me ayudaba a bajar del auto. El transcurso había sido divertido, tranquilo, amistoso.

- Te gustará.

- Eso prometiste – parpadeé con dulzura, me devolvió el gesto.

No lo voy a negar; esperaba algo que me sorprendiera más que una cena, pero aún así era un plan que me emocionaba. El restaurante lucía antorchas en la entrada, enamoraban a las personas que pasaban por ahí cerca.

Georg había olvidado algo en el coche, o por lo menos eso dijo, regresó segundos después a donde yo me encontraba congelándome, enfrente del lugar.

Estábamos a punto de entrar cuando mi celular indicó el tono de mensaje y me extrañé con el contenido de este.
`` Cierra los ojos y camina tres pasos ´´. Desconocí el número, pero yo muy obediente seguí las curiosas instrucciones.

- Me verás como una loca por esto, pero bueno – dije mientras plegaba mis parpados haciendo que mis pestañas inferiores y superiores se tocaran y caminé tres pasos – 1,2,3…

- ¡AH! – una gritadera me hizo sacar un susto y sentí varios cuerpos a mi alrededor. Abrí los ojos en cuanto pude.

- ¿QUÉ? – gritamos todos a unísono. Cada quien traía su celular en la mano.

- ¿Daiana?

- ¿Gustav?

- ¿Elisa?

- ¿Atziri?

Intercambiamos miradas. Georg ya estaba hecho una risa, incluso posó sus manos en el abdomen y sus ojos despedían lágrimas. Inspeccioné los celulares de todos. `` Cierra los ojos y camina tres pasos ´´ en cada uno.

Un ingenioso plan de Georg.

- No te veo como una loca – dijo cuando la risa calmó y todos nos acercamos a verlo con miradas hostiles mientras Gustav se sobaba la frente, pues Atziri le había dado un cabezazo en el ciego y bochornoso encuentro – Vaya que son obedientes – volvió a reír, pero ahora un poco más calmado.

- Me las pagarás Hobitt – se quejó Gustav. Después nos saludamos todos de la manera `` correcta ´´.

- ¿Y como es que estamos todos aquí? – preguntó Elisa, contagiada de la risa. Los aires helados de la ciudad traspasaban mis huesos.

- Georg me llamó – dijo Gustav aún con la mano en la frente.

- Georg me invitó – murmullé.

- Un mensaje secreto en mi celular me invitó, pensé que era una broma de Dai – expresó Atzi un poco confundida.

- Me pasó lo mismo que Atz – río Elisa, para luego todos hacerlo - ¿Todo fue plan de tu noviecito? – ella enmarcó una ceja.

- ¡Ehem! – expresé casi en grito al escuchar la palabra `` noviecito ´´.

- Sí todo fue mi plan – indicó Georg con orgullo – ¡Ah! y gracias por crearme un noviazgo – bromeó - ¿Saben? Fue muy divertido verlos chocar.

- ¿Con que motivo? – me refería a su complot.

- Diversión – guiñó un ojo.

Nos apartamos del aire que soplaba como un aliento fresco en nuestras caras y nos introducimos al lugar. Por dentro se quitaba el aspecto salvaje de la fachada y entregaba un romántico clímax.

- ¿Sorpresa? – preguntó a mi oído cuando caminábamos entre las mesas. Elisa, Atziri y Gustav bromeaban de lo recién ocurrido.

- Fue divertido, lo estás logrando – coqueteé.

- Apenas es el comienzo.

A no ser de la pálida piel y mirada asustada que Elis adaptó, no hubiera notado la presencia de los Kaulitz ahí. Nos estaban esperando, o tal vez solo a Georg. Para esas alturas yo ya estaba con las ideas revueltas.

- ¡Georg! Trajiste ambiente – saludó Tom mientras comía un trozo de lechuga.

- Hola chicas – saludó Bill a cada una y se apresuró para conseguirle lugar a Elisa.

- Vaya, una gran reunión – suspiré cuando todos estábamos ya en nuestros lugares.

- Sí, no saben lo que nos pasó allá afuera… - expresó Gustav emocionado mientras le contaba a los gemelos la embarazosa historia.

- Te luciste Hagen – dijo Tom sonriendo cuando acabamos de escuchar lo vivido, chocó palmas con Georg.

Abordamos después el tema del ataque de la fan, y mientras las palabras transcurrían tuve varias miradas en mi cara tratando de encontrar algún moretón.

- Ya todo está bien – sonreí – Gracias por preocuparse chicos – di a entender que el tema me incomodaba y nadie más habló al respecto.

El resto de la cena transcurrió entre filetes, pescado, ensalada, pasta, vino, risas, burlas, miradas, incomodidad, curiosidad y un sin fin de sensaciones.

No di lugar de que la cena había acabado, el tiempo se había esfumado en un santiamén.

Nos despedimos todos no sin prometer vernos de nuevo. Lanceé una mirada asesina para Elisa, había prometido decirle a Bill la verdad, pero eso aún no había sucedido. Bajé mi semblante cuando comencé a notar que el grupo se dividía por parejas.

Bill llevaría a Elis a su casa, por el otro lado Tom y Atziri morían por ir a ver la ultima función del día en algún cine cercano, Gustav visitaría a su hermana y se quedaría a dormir ahí debido a que el trayecto a su casa era largo, y yo… yo estaba siendo raptada por Georg.


.   .   .  .  .   .

- Llegamos Dai – sentí su mano sacudiendo con delicadeza mi hombro. Me había quedado dormida después de la media hora de camino.

- Esta… no es mi casa – salté en el asiento al ver un frente de una casa de dos pisos, moderna en color blanco con detalles en rojo.

- Ya lo se – sonrió mientras tomaba mi mano – Es la mía.

- ¿Qué hacemos en tu ca…

- Shhh – puso un dedo sobre mis labios – Tu me dijiste que te sorprendiera.

- Pues… - dudé – Sí – asentí después de un silencio.

Caminamos hacia la entrada. El abría la puerta con una llave dorada y yo estaba a espaldas mirando el lugar. Varias casas bonitas, mucho verde, y el clima era frió como todo lugar de Alemania, pero no estábamos en Berlín.

- El sillón es muy cómodo – me dijo – Iré por un vino.

Le sonreí con timidez y me senté sobre aquel sofá. Regresó con una botella verde oscura y la destapó. Después me la extendíó y la olfateé. Exquisita.

- Constanza – leí el nombre de la bebida en la etiqueta y no pude evitar sonreír.

- Es mucho nombre para un vino – me entregó la copa y el brillo en nuestras pupilas se convirtió más líquido que la propia bebida. Maravilloso.


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domingo, 17 de enero de 2010

Cap. 29 < 100 gramos de dolor, 1 kilo de tensión y una pizca de amor >







[Capítulo anterior: - Lo haré, te veo luego – bajé del auto no sin agradecer por haber estado conmigo en toda esa faena y cuando me di cuenta, estaba quedando dormida en mi cama, enrollada por las frías sábanas, acompañada de una perfecta soledad.]




Las ocho de la mañana y yo ya estaba en pie. Por suerte me entregué a los brazos de Morfeo en cuanto toqué la almohada.

El humor del cielo había empezado a descomponerse desde muy temprano, y estaba nublado y fresco, pero no había riesgo de lluvia hasta el mediodía.

Ese molesto color púrpura en mi rostro había disminuido, pero no lo suficiente como para satisfacerme enfrente del espejo. El dolor se hacía notar con cada movimiento de mandíbula, por lo mismo me negué a practicar, por lo menos ese día mi voz estaría en reposo.

Tengo que admitir que esa chica tiene buena técnica para causar dolor y dramas también.

Desconectándome de todo, prendí el estero sin problemas del álbum aleatorio que estaba adentro y subí el volumen. Un rato de navegación en la laptop me permitió eliminar una gran lista de emails sin sentido, pero ninguno revelante que llevara la letra `` M ´´ como señal divina; sin duda la extrañaba y ni siquiera tenía la remota idea de en que parte del mundo se encontraba. ¿Acaso es lo que las hermanas suelen hacer?

Después de un rato mañanero, alguien llamaba a la puerta principal.

- ¿Sí? – abrí de un tirón.

- ¡Hola Dai! Ya llegaron las niñeras – rió Alex con dos tipos atrás aportando la misma vestimenta.

- Ay demonios – me apené al notar que todavía traía la pijama encima – disculparán las fachas.

- No somos policías de la moda – bromeó mientras los invitaba a pasar.

- Puede ser tu lado oculto – reí.

- Mmm… ¡na! – Exclamó – Pero te aviso que no te queda el color azul ¿eh? – señaló mi blusa.

- ¿¡Qué!? – Incluso los otros dos rieron – Lo que no me queda es el color morado – apunté mi rostro con un dedo.

- Princesa – miró preocupado – Si que te pusieron una paliza.

- Gracias por hacérmelo saber; si no lo haces prometo que no lo noto.

- Lo siento, pero necesitarás una buena pomada si quieres recuperar tu aspecto de muñequita de porcelana.

- Fue tu culpa por dejarme sola – puse una mueca de berrinche.

- Mejor culpemos a Jost – inspeccionó mi rostro mientras que con el pulgar me hacia una pequeña caricia en el lado lastimado de mi cara; salté para atrás cuando lo hizo – Las fans, si que son fans.

- Sí que sí. Los chicos no deben preocuparse por el apoyo de fanáticos, estoy segura de que siempre lo tendrán.

- Ellos aman a todos los que los siguen. No se cansan en firmar cosas y cuerpos, claro, algunas partes de ellos en especial; ya sabes, Tom.

Su comentario me causó gracia. Me asomé encima del hombro de Alex, en puntitas claro (su metro noventa de estatura lo causó), y vi como sus compañeros se comunicaban con externos por medio de aquellos enrollados cablecillos a la altura de las orejas, después portaban una rígida postura, comenzarían a hacer su trabajo.

- Hey, hey, hey – dije un cuanto alterada - ¿Tendré chaperones en mi propia casa?

- Así es… ¿qué no te lo dijo David?

- No.

- Pues… temo decirle, linda, que ahora ya lo sabes.

- ¡Ni quien lo entienda! ¿Me deja abandonada y ahora me avienta una bomba de sobreprotección?

- Le salió lo extremista – rió. Me caía bastante bien, y debo admitir que extrañaba su compañía en ciertas ocasiones – Vamos Daiana, bien sabes que te hace falta protección sobre las calles de este loco mundo.

- Las calles, ¡no mi propio departamento! Tu mismo lo has dicho.

- Dai, ¿Te gusta tu nuevo `` look ´´? – se refería al golpe.

- Pues no, pero…

- Pero nada – lo dijo en un tono tan paternal, que me dieron ganas de lanzarme a sus brazos – tenemos que mantenerte segura y punto final de la historia.

- ¡Ash! – repelé con capricho.

- Aparte, las órdenes para cuidarte también aquí adentro, no fue idea de David – confesó después de un largo silencio. Luego alzó las cejas y pedí una pista.

Juntó ambas manos para formar un corazón y comenzó a dar vueltas y piruetas como un maniático. Cantaba en un chillido palabras empalagosas y románticas.

- ¿Eh? – miré confundida. Paró de hacer su función y me tomó de las manos.

- ¡El amor! ¡El amor! – gritó desesperado. Luego se arrodilló y entonó una cursi canción ochentera.

- Alex – reí – pena ajena – me tapé la cara con una mano.

- Sabes lo que quise decir con todo ese musical de Broadway – se incorporó.

- Nunca me han gustado mucho los musicales – caminé hacia la cocina, con sus pies detrás de los míos. Puse la cafetera a funcionar, ahora que memorizaba, no había comido nada hace más de quince horas.

- Daiana – me miró fastidiado – Enfrentemos al toro por los cuernos.

- Está bien – suspiré - ¿Y luego? ¿Qué quieres que haga?

- No pido que le aplaudas por protegerte ni mucho menos. Sólo quiero que lo tomes como un gran detalle.

- Es difícil ¿sabes? Me siento como una niñita exigiendo un poco de independencia.

- Y lo estás haciendo de nuevo.

- ¿Hacer qué?

- Evadiendo el tema.

- No es cierto.

- ¿No?

- ¡No!

- ¿Enserio?

- Sí – dudé.

- Ambos sabemos que lo haces – dirigimos la mirada a las gotitas cafés que comenzaba a gotear el aparato.

- Pff… lo tomaré como un gran detalle, Y, me encargaré de hacérselo saber – me rendí.

- Eso es lo que quería escuchar – dijo orgulloso.

Y sí, me había resultado un gran detalle, uno enorme que me alegró el día, pero al mismo tiempo no quería aceptarlo, había un muro que me lo impedía. Me sentía desconforme conmigo misma por no corresponder ese notorio interés. Era sólo que a veces, corrijo, siempre, mi vida perdía por completo ese pequeño caminito, esa guía, la dirección.

Sin embargo tenía que ser amable y educada al agradecer esa preocupación que Georg sentía por mi seguridad. Era mejor no dejar pasar el tiempo y darle un `` gracias ´´ lo más antes posible.

- Dai, millones de chicas morirían por tu lugar.

- ¿Qué tiene de interesante una ex empleada de Intense Magazine, solitaria y amargada en su propio pent house?

- Wow, solo le faltaron los 27 gatos a tu descripción – levantó una ceja – Calma… te encantan los melodramas ¿eh? Tienes toda la atención de un rockstar y tú simplemente la ignoras.

- Vaya, dicho de esa forma todo el mundo diría que soy una estúpida.

- ¿Y no? – dijo Alex encima del hombro, casi en secreto.

- ¡Oye! – grité junto a su risa.

- Perdóname – me agitó el cabello, aún más, con cariño – Pero tienes que abrir los ojos.

- Ehem…

- Supongo que ya te lo han dicho hasta la infinidad ¿no?

- No – retiré la tetera transparente de la cafetera y la vertí en cuatro tazas – Sólo varios pares de veces.

- La gente no suele repetir las cosas por nada – me observó endulzando las bebidas – Cielo, el arrepentimiento es uno de las más malditas sensaciones.

- Yo no estoy arrepentida de nada – tomé la azucarera junto a una cucharita - ¿Cuántas?

- Dos y media por favor – regresó al tema mientras yo vertía la cantidad exacta del hidrato de carbono – No… aún.

- No me gusta el `` aún ´´.

- Pues entonces, sólo date cuenta de no estropear una increíble oportunidad.

- Lo dices como si me hubiera propuesto matrimonio – le di una taza y caminé hacia la estancia para repartirles a los otros dos.

- Eso sería hermoso.

- ¡Alex! – me reí, aunque en mis adentros me asusté como una loca, pues la imagen pasó por mi cabeza, con detalles. Un hermoso vestido blanco y un frac negro por parte de él, una ligera brisa playera y la arena colándose por los cuerpos de los invitados. Incluso un brilloso diamante en mi mano y otro en la suya, y esos ojos verdes acompañados de la frase colosal que todos esperan: Hasta que la muerte los separe.

- Pero mejor no lo hagas, pues tendrías ese color morado en todas partes – observó mi cachete torciendo los labios y hecho a reír. Yo apenas recapacitaba por que esa imagen se había colado en mi imaginación.

- Sí, morado – repetí divagando mi vista hacia… no se donde.

- Te propongo algo – caminó hacia el ventanal. En tan poco tiempo había tomado una absoluta confianza al lugar - ¿Por qué no abres tu mente, y lo conoces? Es un gran tipo, igual que los otros tres, pero no te piensas meter con los cuatro, ¿o si?

- ¡En lo absoluto! ¿Quién me crees? – le sonreí. No era una mala idea aquella propuesta – Mis chicas se encargarían de los señores Kaulitz, y para Schäfer, tengo una que otra amiga que haría clic de inmediato con el señor baterista – bromeé chasqueando la lengua.

- Mente maestra – aplaudió.

- Sólo un poco de astucia.

- ¡Espérate! Se te suben los humos Dai – reímos juntos.

- Bromeo, sólo bromeo – le di un trago a la bebida y después la abandoné – Pero, debo admitir que tienes razón, puedo abrir mi mente a nuevas personas.

- ¿Nuevas?

- Bueno, hace mucho que no inicio una relación con alguien, no digo que lo vaya a hacer con Georg, pero es tiempo de que me olvide de…

Paré en seco. ¿Qué demonios estaba haciendo? Contando mis remotos recuerdos a mi guardaespaldas principal. Eso si era una terrible soledad, pero yo confiaba en el, y le había aprendido a querer. Aún así… ¿de donde había recuperado flashbacks que mi mente tenía perdidos?

- ¿De… - preguntó intrigado a mi silencio.

- No tiene mucha importancia, si no te molesta haré una que otra llamada en mi cuarto – sonreí y me paré del sillón – Llaméenme a la puerta si se les ofrece algo o simplemente si tienen hambre, mi comida no es tan mala – les guiñé un ojo y al llegar a mi habitación, me desplomé en el piso helado. Llamé a David, como lo había prometido, pero nadie contestó, entonces decidí hacer más emocionante mi día, un poco de nervios me invadieron al comenzar a teclear los dígitos de aquel numero, la llamada entró correctamente...

.   .   .   .   .   .

- ¡Dai! – Llamó la voz al otro lado del teléfono – ¡Pero que sorpresa!

- Oh, perdón, estás ocupado.

- No, no , no – dijo con un dejo impresionante de emoción en la voz – Es que en verdad me sorprende que me llames. ¿Todo bien? ¿Pasa algo? ¿Cómo sigues? ¿Y tus amigas?

- ¡Ay! Ataque de preguntas – dije entre risas – Sí, todo bien por acá. No, no pasa nada. Ya sigo mejor, solo un poco de tendencia morada. Elis y Atz, ahora que recuerdo no he hablado con ellas hoy.

- Me gusta tanto oír tu voz – ¿ese chico no perdía ninguna oportunidad para coquetear? – Todos te mandamos muchos saludos, ya sabes, aquí casi nos da un paro cuando escuchamos la noticia.

- Tranquilos, seguro Jost le agregó más drama y suspenso a la versión real, ja – aprisioné el teléfono entre mi cuello y mi cachete, ocupando así mis manos para dibujar figurillas en la ventana empañada por la lluvia que se acababa de desatar.

- Pero de eso se encargó el noticiero de hoy en la mañana.

- No me digas que… - dije preocupada.

- Sí, otra vez te ganas la primeriza en noticieros y revistas.

- Como odio a los medios de comunicación – reí, pues ya no había solución para ocultar lo ocurrido.

- Me agrego al club en contra de los paparazzis – rió – No es por indiscreción, pero… por algo te dignas a coger tu celular y marcar este numero, me gustaría saber que es – echó tono galante.

- Te quería... bueno yo…. Yo te quería… - ¿me trabé?

- ¿Me querías? ¿Y ya no? – bromeó fingiendo llanto – Yo te sigo queriendo.

- ¡Bobo!

- ¿Te ayudo a decirlo? Yo también te quería…

- Decir algo – complementé.

- Dai…

- Georg… - con torpeza hablábamos al mismo tiempo.

- Tu primero.

- Tu primero.

- ¡Tú!

- Mejor tú – sonreí como boba y me imaginé que el también lo estaría haciendo.

- Ya se – dijo según el muy inteligente – Al mismo tiempo.

- A la cuenta de 3…

- ¡Me siento en el Kinder!

- ¡Me siento en el Kinder! – Dijimos juntos antes de empezar la cuenta recesiva – Deja de robarme las palabras – bromeé.

- Ok, no me llames ladrón y empecemos. Uno…

- Dos…

- Tres.

- Tres.

- Yo te quería…

- Yo te quería… agradecer.

- Invitar a salir.

A pesar de las coincidencias y el juego de palabras, eran ideas muy distintas, pero la de el opacaba a la mía, en definitiva.

- ¿En verdad? ¡Wow! No tienes por que agradecer, de hecho pensé que te molestarías.

- No tendría razón de hacerlo.

- A veces las mujeres son muy raras.

- Pasaré eso en alto – nos carcajeamos – Pero… en definitiva me gusta más tu idea.

- Soy un genio.

- Pues genio… tendrás que sorprenderme.

- Depende, puedo sorprender demasiado.

- Entonces hazlo, tengo curiosidad de ver tú límite.

- ¿Segura de lo que dices?

- Claro, sorpréndeme.

- Eso tenlo por seguro, a las 6 de la tarde, mañana. Yo paso por ti.

- Esfuérzate galán.

Colgué junto a una risa ridícula que añoraba y un suspiro, uno muy raro. Todo lo malo se había desvanecido con un par de líneas intercambiadas, y era como estar en la secundaria de nuevo. La escena de la boda que mi subconsciente creó, ahora mi conciente se encargó de complementarla. Me sentía ridícula, tan ridícula, ridículamente ridícula. Tal vez existía la fórmula para situarme en viejos tiempos, y yo, la estaba recuperando.

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domingo, 10 de enero de 2010

woops!

Hola! ^^

Les traigo dos noticias, como siempre, la buena y la mala. Para no romper la tradición, primero la mala.

Hoy no publicaré, disculpen, pero el miércoles estaré aquí. Gracias de antemano por su comprensión.

Y la buena; trataré de encontrar algún espacio entre mis horarios para publicar tres vece por semana. Esperemos que se haga real esa ``profecia´´.


Un besote con todo mi amor <3



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miércoles, 6 de enero de 2010

Cap. 28 < Un día más, un día menos... extrañándote >








[Capítulo anterior: (Stephenie) - `` Sólo estoy de visita ´´ - dije imitando el meloso tono de voz de Daiana y mi puño fue a dar contra el escritorio. ¿Cómo había permitido todo eso? Yo soy Stephenie, dueña de una revista, y ella… sólo mi ex empleada.]


.   .   .   .   .  .

(Daiana)

- Eso fue la ley – celebraba Elisa, mientras empujaba la puerta del restaurante.

Después de un día agitado, nada como una buena cena con una excelente compañía.

- Muy tranquilizante – reí señalando una mesa mas o menos por el final del lugar – siempre le quise decir todo eso a esa vieja amargada.

- Debo admitir – tomó lugar en uno de los sillones del gabinete – que antes era una mujer más agradable.

- Cierto, pero creo que la edad le afectó – torcí los labios – la menopausia no causa un buen efecto.

- ¡Mala! – comenzó a reír.

- ¿Yo? Sólo soy sincera – levanté las cejas y después le presté atención a la camarera que llegaba con las cartas en mano.

Un rápido vistazo me permitió una fotografía mental de ella. Lo típico; un delantal, pantalones y camiseta en escalas de negros y blancos. La clásica libreta con una pluma ansiosa por escribir para terminar el turno lo más antes posible, también un coqueto chongo y una falsa sonrisa, pero había algo en ella que me inquietaba.

- Buenas noches – saludó - ¿Les ofrezco algo de tomar?

- Sí, mmm… una limonada con agua mineral, por favor – sonrío Elisa. Ella no parecía inquieta por la presencia de la chica.

- Claro – confirmó apuntando - ¿Para usted señorita? – y volteó a verme.

- Una Coca Cola – dije con… ¿Timidez?

- ¿Al tiempo o fría?

- Al tiempo estaría bien – volteé a verla apenas con el rabillo del ojo, y fue cuando entendí todo.

Su aspecto era normal, pero me miraba como si me conociera. A pesar del atuendo de mesera, estaba adornada con una infinidad de accesorios; todos ellos parecidos entre si. Descubrí de que se trataba aquella temática cuando me fijé en el tirante derecho del aburrido delantal. Cuatro pins lo decoraban, cada uno con un rostro fotografiado de los integrantes de Tokio Hotel. Todos los demás accesorios desde pulseras, anillos, collares, aretes hasta una pañoleta para el cabello, estaban asociados a la banda.

Reaccioné volteando la cabeza hacia el lado contrario.

- Enseguida se los traigo – se retiró con un tono berrinchudo.

- ¿Viste? – preguntó Elisa, cortando un pedazo de pan de la canastilla para después untarle una sombra de mantequilla – Parece que le gusta Tokio Hotel.

- Ya – asentí. Me había puesto nerviosa.

Desde hace unos días atrás, David Jost había decidido quitarme a mis ``comadres guardaespaldas ´´ (como yo apodé al escuadrón de Alex); pues la euforia del rumor ya había bajado un 70%, y las bocas de todos ya no hablaban del tema. Tenía derecho a vivir a la normalidad. Por supuesto que eso me hacía mucho más propensa a un `` fanático ataque ´´, pero largaba ese negativo pensamiento de mi cabeza para no atraerlo. Era lo que menos me faltaba en esos días.

- ¿Qué ordenarás? – Preguntó Elisa mientras paseaba su mirada por los platillos del menú – ¡Hey! Tierra llamando a Daiana.

- Aquí estoy – contesté atarantada por el sonido de sus palmas al chocar para sacarme del trance – No lo se, pediré lo que tu.

- ¿Segura? – encogió las cejas, asentí – Bien. Entonces saborearás un delicioso hígado encebollado.

- ¡Yummi! – levanté los pulgares fingiendo emoción, echamos a reír.

Minutos después, fue un mesero el que nos atendió. Busqué a la chica con los ojos por todo el lugar, pero no apareció.

Olvidándome del tema, llegaron las bebidas y más tarde dos platos con filetes y ensalada, una buena elección.

- Mucho Bill en nuestras platicas pero… poco Georg – dijo Elisa mientras introducía el tenedor en su boca.

- ¿Ya viste que hermosa está la luna esta noche? – giré la vista hacia la ventana más cercana.

- Dai, está nublado – apoyó sus codos en la mesa y entrelazó sus dedos a la altura de su boca - ¡No me trates de cambiar el tema!

- Muy bien – hice girar mis ojos - ¿Qué quieres saber?

- Uy, cuanta frialdad – apretó los labios y cortó otro pedazo de la carne; yo ni siquiera había tocado mi plato - ¿Qué pasa con el nena?

- Pues… - le di un trago al refresco, el cual heló mi boca y destempló mis dientes – Es un gran hombre - ¿dudé? – Sí, es un gran hombre.

- Un gran hombre – subió su cabeza y la bajó después – ¡No! Pues si ¿Eh? – Entreabrió los labios – Estoy segura de que hay un `` pero ´´.

- Pero no he olvidado a Danny.

Ella, igual que yo, se sorprendió de la velocidad con la que dije la frase. Supuse que se enojaría, a ella le molestaba de sobremanera el tema de los Rowman.

Dicho y hecho, desquitó su furia con los cubiertos, azotándolos en el plato de cerámica, que por suerte no se quebró, y así atrayendo varias morbosas miradas hacia la mesa por el irritante sonido de su enojo.

- Es una lástima que no lo describieras antes – murmuró entre dientes – Te podías haber ahorrado toda esta escena.

Me estremecí de pies a cabeza y me sentí estúpida.

- Tú olvidas rápido a las personas ¿no? – pregunté seria, pero sin ser agresiva.

- No, pero se olvidar – contestó sin expresión – Jacob no me fue algo pasajero, y después de llorar varias noches, comprendí que yo estaba resultando dañada con todo eso.

Levanté la vista de mi plato, encima del cual cavilaba más que comía, y contemplé su mirada. Sin duda, de las vagas veces que Elisa hablaba acerca de Jacob esta había sido la más… tierna. Por dos segundos, recuperó un brillo en su mirada.

- Es hora de dejar todo como un bello recuerdo, Dai.

- Un bello recuerdo – repetí entrecortadamente por un suspiro.

- Aha, bueno… ¿Quieres eso para llevar? – y de nuevo lo hizo, cambió el delicado tema y sus pupilas se apagaron. Señaló mi plato.

- Sí.
Más tarde dos bolsas de plástico con recipientes de unicel eran depositadas sobre la mesa.

- Muchas gracias, lindo lugar – admití al mesero que nos había atenido la velada. Sonrió orgulloso.

Elisa y yo nos pusimos de pie y caminamos hacia la puerta por la cual habíamos entrado, diciendo `` buen provecho ´´ a cada mesa que se apoderaba de nuestros costados conforme avanzábamos, y recibiendo un ``gracias ´´ por ello.

Oí cuchicheos alrededor y de pronto ese camino de salida comenzó a hacerse infinito.

- Disculpa – sentí una mano en el hombro y volteé para tener la cara de la chica que nos había atenido al principio.

- ¿Se te ofrece algo? – pregunté amena.

Ahora ella lucía diferente, en definitiva había llorado; sus ojos hinchados y el maquillaje corrido la delataban.

- Tú eres Daiana Constanza Ruzzo – mostró una fuerte dentadura, la cual apretó con fuerza.

- Mejor vamonos – me susurró Elisa en el oído mientras tiraba con discreción de mi brazo.

- ¿A dónde vas lagartona? – me gritó la chica jalando mi blusa, y así, obligándome a regresar.

- ¡No la dejes ir! – exclamó otra empleada, del tumulto de jóvenes meseras que se había formado. Todas tenían un aspecto similar.

- ¿Sabes qué? No quiero problemas – le dije guardando la compostura. Varias mesas ya habían puesto atención al espectáculo.

- Tú no te me vas – rió con fuerza y volvió a jalarme de una manera brusca.

- Chica, si quieres conservar tu trabajo, es mejor que te vayas – le ordenó Elisa, haciendo un ademán con las manos para que se fuera.

- No te metas – berreó – esto es entre la señorita Daiana – dijo mi nombre en un chillido – y yo.

- Olvídalo – dije un poco más tensa – Vuelve a lo tuyo.

- Lo mío es destrozar hermosos rostros de gatas arrastradas como tú – acarició mi quijada con su dedo índice, de inmediato me aparté - ¿Qué pasa? ¿No te gusta el cariño? Según yo, te encanta, golfa.

- ¡Rómpele su cara de creída de una buena vez! – gritó otra chica, mientras las otras aguardaban emocionadas para que algo pasara.

- Sinceramente, no te conozco, y no tengo que soportar una pelea sin antecedentes.

- Vamonos ya – pedía nerviosa Elisa, me jaló ahora con un poco más fuerte y con prisa. La camarera nos cerró el pasó, obstruyendo la puerta de entrada con su cuerpo. Era ágil respecto a movimientos.

- Ok, solo quiero que te quede claro algo. Ves a estos cuatro hombres – señaló los pins de su delantal con los rostros de TH. Sabía que era al respecto – Aléjate de ellos zorra, son MÍOS.

- ¿Tienen tu nombre escrito en el trasero? – me burlé, ya me había provocado.

- ¡Desgraciada! – gritó desatando llanto.

Todo pasó muy rápido. Sólo sentí un tremendo ardor insoportable en el rostro y una sensación húmeda debajo de mi nariz. El lugar entero se alborotó y un amable señor corrió a detener a aquella chica que arrojaba puñetazos y patadas al aire, junto a un gran repertorio de maldiciones y señas vulgares.

Elisa giró mi cuerpo para quedar frente a mi. Ahogó un grito al ver mi rostro.

- ¿Es mucho? – pregunté preocupada.

- Fue un puñetazo, pero te sangra demasiado la nariz.

Dirigí mis dedos hacia la zona dañada y luego los contemplé repletos del líquido rojo vital.

La gente se amontonaba a mi alrededor y me preguntaban cosas incomprensibles al momento. Se abrió la multitud para dar paso al mesero que nos había atendido y este ya me extendía un puñado de hielos envueltos en una servilleta de tela. Junto a el un señor, se presentaba como el gerente.

- Señorita, cuanto lo lamento, que pena – rogaba angustiado.

- No es culpa suya – lo tranquilicé mientras el hielo anestesiaba el dolor del golpe.

- ¿Desea que la acompañe a la delegación para ejercer una denuncia?

- Para nada – lo que menos quería es hacer esto público, y también la idea de meterme en unas oficinas toda la noche, no me agradaba – Dejémoslo así.

- Entonces ¿Qué puedo hacer por usted? – el señor observaba como Elisa y el mesero intentaban parar la hemorragia de mi nariz.

- Nada – dije con dificultad – Bueno – recapacité – Sólo asegúrese de no hacer esto público.

- Claro, tenga por seguro que nadie se enterará de esto – sonrió agradecido, pues eso también era de su conveniencia.

Cuando la sangre paró de salir y me aseguré de estar completamente limpia para no parecer una homicida, nos largamos de ahí.

.  .  .  .  .  .

- Dame el número de Jost – ordenó Elisa cuando su coche nos aguardaba afuera de mi edificio – Dile hola otra vez a los guardaespaldas.

Le extendí mi teléfono y después de localizar la letra `` D ´´ en mi lista de contactos, marcó los dígitos.

Mi cara comenzaba a tomar tonalidades moradas. El efecto del hielo había terminado y el dolor era fatal.

- Hola – dijo Elisa al teléfono mientras me miraba con detenimiento – No no, soy su mejor amiga, Zeltzin Elisa – sonrió – Que bueno que te haya dicho cosas lindas de mi – luego apretó las facciones – Pues aquí no anda todo bien David, hoy sucedió algo terrible…

Y comenzó a relatarle la historia. Agradecí que ella se encargara de eso. No tenía las ganas ni las fuerzas para repetir el accidente aunque fuera en forma verbal y me dolía bastante desde la quijada hasta el pómulo cada vez que pronunciaba palabra.

- Gracias David, sí sí, yo le digo – después de un silencio, rió – buenas noches por igual. Bye.

Concluyó la llamada y volteé a verla.

- Mañana estarán tus ángeles guardianes por aquí. Le prometí que le llamarías, así que hazlo cuando se te haya bajado el dolor – me dio un suave beso en la frente – Aliviánate pronto Dai, te quiero mucho.

- Lo haré, te veo luego – bajé del auto no sin agradecer por haber estado conmigo en toda esa faena y cuando me di cuenta, estaba quedando dormida en mi cama, enrollada por las frías sábanas, acompañada de una perfecta soledad.


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domingo, 3 de enero de 2010

Cap. 27 < Estoy de visita >







[Capítulo anterior: (Georg) Desde ese entonces extraño los brazos y el cariño de alguien, por lo cual lucharé para que Daiana sea ese alguien, y pasemos tardes enteras en mi casa, riendo y gozando uno del otro.]


(Daiana)

Pasaron dos días en los que mi voz se acopló a todos los ejercicios, el solfeo y géneros variados; desde los cantos gregorianos hasta el rock progresivo. Mareé a Atziri y a Elisa repitiendo canciones una y otra vez, y les revolví el estómago con mi famoso té para las cuerdas vocales. El casting que definiría mi futuro se acercaba, y por lo mismo mis dos compinches me presionaban con seriedad. Decidieron visitarme a diario para supervisar mi desarrollo.

- ¿Así qué le mentiste a Bill? – preguntó Atziri, más bien confirmó, cuando le acabamos de contar lo sucedido en el club.

- No es necesario que lo repitas – gruñó Elis.

- Pues si eso te hace sentir una mala persona, deberías confesarlo – sugerí.

- Ya lo hice – sonrió orgullosa, mientras hacía un puchero con el aroma de mi té.

- Obvio no con nosotras boba, díselo a Bill – Atziri se escabulló a la cocina y regresó con un helado en manos.

- Te has robado mi elixir – sonreí y le arrebaté la cuchara para sumergirla en el postre – Las mentiras tarde o temprano son descubiertas – regresé al tema.

- Pues entonces que se descubra tarde – dijo Elisa participando también en nuestro tentempié.

- Según yo, no se trata de eso – dije en tono maternal.

- Me costará trabajo, no quiero herirlo.

- Pues justo eso es lo que estás haciendo, lo hieres, pero el aún no se ha dado cuenta – tomé otra cucharada de la delicia.

- ¡Diantre camarada! Odio cuando tienes razón – dijo Elisa en un tono bastante cómico lo cual provocó risas.

- ¿Qué tan difícil puede ser? `` Hey Bill, tengo que confesarte que en realidad Peter no es mi amigo, de hecho lo conocí en el bar y con el me… ´´

- ¡Suficiente! – Interrumpí abriendo demasiado los ojos – Eso no ayuda Atziri.

- ¡Ay dios! Va a ser mil veces más difícil de lo qe pensé – se quejó Elisa mientras se desplomaba en la mesita de la sala. Corrí a consolarla mientras Atz me miraba arrepentida.

- Va a ser difícil, pero tienes la fuerza necesaria para hacerlo ¿Sí? – exigí.

- Sí – confirmó ahora prendiendo la televisión – Está bien, lo haré cuando lo vea.

- Eso ya es una promesa – Atziri le arrebató el control y cambió los canales una y otra vez.

- ¿En serio? – preguntó Elis angustiada, simulando comerse las uñas.

- ¡Sí! – gritamos las contrincantes a unísono y dos cojines fueron directo a parar a la cara de Elisa, ah… y una cucharada de helado también.


.   .  .   .  .  .

Entre programas matutinos, helado y carcajadas, la mañana se empezaba a convertir en tarde. Siendo martes, ya se les había hecho un retraso en el trabajo, así que cabizbajas aceptaron todas mis órdenes para apresurarlas. Les di un desayuno balanceado aportando el papel de madre y Elisa me ayudó en poner el departamento en orden.

Con mucha prisa, después de un rato, Atziri ya se encontraba cruzando la puerta principal para marcharse; las suaves notas de su perfume, me hicieron recordar que últimamente no había tenido la posibilidad de verla tanto, y por ello me apresuré a detenerla.

- Mi última duda para ti el día de hoy – la jalé con suavidad del brazo derecho.

- Dai, tengo prisa, mi jefe – se corrigió – bueno, nuestro jefe, me va a matar, y no querrás que de muñeca Barbie se transforme a Hulk, así que dime, ¿qué ocurre? –

- Primero que nada, dile a la muñeca Barbie que tu retraso es por mi culpa, seguro te perdonará – guiñé un ojo.

- Sí, no te creas, es lo que tenía pensado hacer.

- ¡Mala! Cúlpame sólo cuando te de permiso – reí – y ahora, quiero que mates mi curiosidad explicándome por que nos dejaste solas ese día en el antro, yo sola no pude controlar a Elisa jaja.
Me desorbité enseguida cuando noté que ninguna risa salía de sus labios, y en cambio ahora tenía un semblante nervioso.

- ¿Está todo bien? – puse mis manos en sus hombros – Atzi… ¿Hay algo que me quieras decir?

- Más bien, ¿Hay algo que nos quieras decir? – dijo Elis a lo lejos, resaltando el `` nos ´´. Tenía los brazos cruzados y esperaba, igual que yo, una respuesta.

- Eh yo… - Atziri cruzó la mirada para todos lados. Sin duda ahí existía algo turbio.

- ¿Sí? – pregunté ansiosa.

- Fui a visitar a mi mamá – tragó una gran cantidad de saliva.

- ¡¿Qué!? – gritamos Elisa y yo.

- ¿Por qué rayos no me dijiste que visitarías a Claudia? – Elisa se apresuró a llegar a la puerta y sacudió a Atziri con ambos brazos.

Claudia, la madre de Atz, era una señora de esas que inmediatamente se hacen querer. Apenas con 43 años encima, y una excelente figura a pesar de un único parto. Con pocos de años de conocerla, Elisa y yo éramos como sus sobrinas, y ella como la tía traviesa que les cumple todos los caprichos a sus capullitos, a escondidas de sus padres. La conocimos en LA, y ni un minuto dejamos de extrañarla.

- Espera – corté el momento y automáticamente tuve un par de miradas posadas en la mía - ¿Fuiste a México y regresaste en un día?

- Pff… No – contestó Atziri, pero segundos después, se dio cuenta de su error.

- Atziri, Claudia vive en México.

- Bueno, sí sí, eso obviamente lo se, es mi madre; lo que quise decir es que establecimos una video llamada, ya saben que mi mamá apenas comienza con eso del mundo cibernético, y me exigió llevar acabo lo que ya sabe hacer en el tema, por eso no pude ir al club – sonrió con falsedad.

- Ah sí… claro, es mejor que te marches ya, se te hace tarde – exclamó Elisa dejándola ir. En un abrir y cerrar de ojos, ya no había más perfume de Atziri por ahí.

- Ella ocultaba algo – refunfuñé - ¿Por qué dejaste que se fuera? – reclamé a Elis.

- No soy policía como para detenerla – levantó los hombros – Supe que nos ocultaba algo desde el viernes que negó ir con nosotras sin ninguna explicación.
De repente todo encajaba a la perfección como un rompecabezas.

- Sí, aunque es muy mala para mentir, es toda una experta para ocultar, y nunca lograremos hacerla escupir la sopa.

- Lo descubriremos de todas formas, tal vez mañana o tal vez en un año…

- Pero lo sabremos – concluimos a coro, reímos por lo mismo.

- Sólo espero que no sea una de las suyas – suspiré, mientras contemplaba mi reflejo en los vidrios del ventanal.

.   .  .   .  .  .

- Aún no entiendo por que te estoy acompañando al trabajo – me quejé mientras el auto de Elisa nos desplazaba por la ciudad, sobre la ruta que se me hacía tan familiar y que a ratos añoraba.

- No lo entiendes, pero lo estás haciendo – agitó el dedo índice al aire de su mano disponible, pues la otra dominaba al volante.

- Siempre me logras convencer, sea lo que sea.

- Así es.

Después de que el auto arrasara con todos las curvaturas del camino, caí en cuenta que nos introduciríamos en el estacionamiento subterráneo de Intense Magazine. La oscuridad del lugar se coló en el interior de la nave, y la pelea por un lugar disponible entre cientos de vehículos, era tan épica que por lógica no se dejó de repetir.

Sonreímos satisfechas cuando abarcamos un cubículo cerca del elevador que te llevaba hacia el lobby del edificio. Antes de bajar del auto, Elisa por fin me dio una explicación de que demonios yo estaba haciendo ahí.

- En primera, todo tiene que ver con Stephenie – comenzó mientras retocaba su maquillaje con ayuda del espejo establecido en la visera.

Desde ahí, era un mal inicio.

- … Pero dime que tu ingeniosa mente también tiene que ver en esto.

- Para tu suerte, sí – guardó sus cosméticos en algún rincón del interior del auto y continuó – Stephenie, de una forma vil, cruel y despiadada me ordenó escribir un artículo…

- Ese es tu trabajo – encogí las cejas.

- Pero, acerca de TÚ rumor.

- ¡Maldita perra que es! – Exclamé – Ops.

- No te preocupes, sabes muy bien que pienso lo mismo de ella – luego suspiró – Me duele admitir que acepté.

Le sonreí, sabía que lo había hecho para conservar el puesto y no romper la promesa que me hizo cuando yo fui despedida.

- Entiendo por que – le di un beso en la mejilla – Creo que se lo que quieres decir y también lo que quieres hacer… así que ¡Manos a la obra! – abrí la puerta y bajé en un brinquito.

- Vaya, ¿Cómo lo sabías?

- Telepatía amiguera.

- Perfecto, dejémosle a esa villana un buen susto.

Chocamos palmas y subimos por el elevador. Las puertas abrieron donde siempre, en frente de la recepción.

- Buenos días Monique – la saludé. Había cambiado su look, ahora me recordaba a mi en mis primeros días en Alemania, tratando de conquistar al mundo, pero a la vez tan fuera de lugar.

- Buenos días – dijo esta distraída hasta que giró la vista - ¿Daiana?

- Vine a saludar.

- No creo que Steph esté muy de acuerdo con eso – dijo nerviosa mientras igualaba los pasos de Elisa y los míos también, los cuales iban encaminados hacia el siguiente elevador.

- Ese es el chiste – susurré mientras las puertas del ascensor ya cerraban, con Elisa y yo adentro, haciendo que Monique se comiera sus propios nervios.


(Stephenie)

Tenía varios proyectos en mente, se acercaba la Fashion Week y había una sesión de fotos ese día para la revista. Aún así las ventas no suben, necesito el chisme acerca Ruzzo y el bajista de Tokio Hotel, ahora, lo antes posible.

Sonó el timbre del ascensor que da en mi oficina y las puertas abrieron.

- Buenos días Elisa, estoy un poco ocupada – no le puse mucha atención, mientras ella entraba.

- Eso lo se…

- ¿Entonces? Ah por cierto, llegas tarde – comencé a carburarme.

- Es sólo que una amiga te quiere saludar.

¿Por una amiguita suya que admira mi trabajo, me interrumpe? Dios, estaba perdiendo dinero por una idiotez.

- A ver, tráela de una vez pues – volví a la laptop para seguir haciendo fortuna. Mientras más rápido acabara con esto, mejor.

- Buenos días Steph.

Entonces, quise explotar. Sus típicos taconcitos retumbaron en el piso. Ahí estaba la maldita escuincla organizándole una coartada a Elisa para salvarla de escribir el estúpido artículo, obvio.

- Ruzzo, mira que sorpresa – expulsé con sarcasmo.

- Nunca nos hablamos de apellido Stephenie – con confianza tomó asiento frente a mi.

- Tal vez sea hora de hacerlo.

- No le veo sentido – sonrió – sabes, ya te extrañaba; el otro día que estaba viendo una película con Elis, me acordé tanto de ti… ¿Qué película era nena? – se dirigió a su `` amiguita ´´, la cual por cierto debía de estar trabajando.

- La Momia – dijo ella, suprimiendo la risa con los dientes.

- Ay, que simpática – reí forzadamente, con ganas de aniquilar a esa, siempre me trajo problemas - ¿Qué es lo que quieres Daiana?

- Que respetes a tus ex empleados y que después de despedirlos, no trates de hacerles la vida miserable, aparte… ese rumor ya pasó de moda.

- Eso era todo Steph, volveré a mi trabajo y redactaré un artículo de cómo ser una perra maldita en diez pasos – rió Elisa dejándome con las palabras en la boca.

- Gracias por tu tiempo Steph, ya sabes, sólo estoy de visita – los estúpidos taconcitos volvieron a sonar junto a los de Elisa y bajaron por el ascensor, llenándome de rabia.

Minutos después regañaba a Monique por dejar pasar a Ruzzo a mi oficina y le relataba lo sucedido.

- ¡Eso de La Momia estuvo bueno! – comenzó a carcajearse.

- Cállate. – la fulminé con la mirada – Tráeme un café – asintió mientras salía de lugar y mi boca se llenaba de bilis por el enojo.

- `` Sólo estoy de visita ´´ - dije imitando el meloso tono de voz de Daiana y mi puño fue a dar contra el escritorio. ¿Cómo había permitido todo eso? Yo soy Stephenie, dueña de una revista, y ella… sólo mi ex empleada.


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