miércoles, 6 de enero de 2010

Cap. 28 < Un día más, un día menos... extrañándote >








[Capítulo anterior: (Stephenie) - `` Sólo estoy de visita ´´ - dije imitando el meloso tono de voz de Daiana y mi puño fue a dar contra el escritorio. ¿Cómo había permitido todo eso? Yo soy Stephenie, dueña de una revista, y ella… sólo mi ex empleada.]


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(Daiana)

- Eso fue la ley – celebraba Elisa, mientras empujaba la puerta del restaurante.

Después de un día agitado, nada como una buena cena con una excelente compañía.

- Muy tranquilizante – reí señalando una mesa mas o menos por el final del lugar – siempre le quise decir todo eso a esa vieja amargada.

- Debo admitir – tomó lugar en uno de los sillones del gabinete – que antes era una mujer más agradable.

- Cierto, pero creo que la edad le afectó – torcí los labios – la menopausia no causa un buen efecto.

- ¡Mala! – comenzó a reír.

- ¿Yo? Sólo soy sincera – levanté las cejas y después le presté atención a la camarera que llegaba con las cartas en mano.

Un rápido vistazo me permitió una fotografía mental de ella. Lo típico; un delantal, pantalones y camiseta en escalas de negros y blancos. La clásica libreta con una pluma ansiosa por escribir para terminar el turno lo más antes posible, también un coqueto chongo y una falsa sonrisa, pero había algo en ella que me inquietaba.

- Buenas noches – saludó - ¿Les ofrezco algo de tomar?

- Sí, mmm… una limonada con agua mineral, por favor – sonrío Elisa. Ella no parecía inquieta por la presencia de la chica.

- Claro – confirmó apuntando - ¿Para usted señorita? – y volteó a verme.

- Una Coca Cola – dije con… ¿Timidez?

- ¿Al tiempo o fría?

- Al tiempo estaría bien – volteé a verla apenas con el rabillo del ojo, y fue cuando entendí todo.

Su aspecto era normal, pero me miraba como si me conociera. A pesar del atuendo de mesera, estaba adornada con una infinidad de accesorios; todos ellos parecidos entre si. Descubrí de que se trataba aquella temática cuando me fijé en el tirante derecho del aburrido delantal. Cuatro pins lo decoraban, cada uno con un rostro fotografiado de los integrantes de Tokio Hotel. Todos los demás accesorios desde pulseras, anillos, collares, aretes hasta una pañoleta para el cabello, estaban asociados a la banda.

Reaccioné volteando la cabeza hacia el lado contrario.

- Enseguida se los traigo – se retiró con un tono berrinchudo.

- ¿Viste? – preguntó Elisa, cortando un pedazo de pan de la canastilla para después untarle una sombra de mantequilla – Parece que le gusta Tokio Hotel.

- Ya – asentí. Me había puesto nerviosa.

Desde hace unos días atrás, David Jost había decidido quitarme a mis ``comadres guardaespaldas ´´ (como yo apodé al escuadrón de Alex); pues la euforia del rumor ya había bajado un 70%, y las bocas de todos ya no hablaban del tema. Tenía derecho a vivir a la normalidad. Por supuesto que eso me hacía mucho más propensa a un `` fanático ataque ´´, pero largaba ese negativo pensamiento de mi cabeza para no atraerlo. Era lo que menos me faltaba en esos días.

- ¿Qué ordenarás? – Preguntó Elisa mientras paseaba su mirada por los platillos del menú – ¡Hey! Tierra llamando a Daiana.

- Aquí estoy – contesté atarantada por el sonido de sus palmas al chocar para sacarme del trance – No lo se, pediré lo que tu.

- ¿Segura? – encogió las cejas, asentí – Bien. Entonces saborearás un delicioso hígado encebollado.

- ¡Yummi! – levanté los pulgares fingiendo emoción, echamos a reír.

Minutos después, fue un mesero el que nos atendió. Busqué a la chica con los ojos por todo el lugar, pero no apareció.

Olvidándome del tema, llegaron las bebidas y más tarde dos platos con filetes y ensalada, una buena elección.

- Mucho Bill en nuestras platicas pero… poco Georg – dijo Elisa mientras introducía el tenedor en su boca.

- ¿Ya viste que hermosa está la luna esta noche? – giré la vista hacia la ventana más cercana.

- Dai, está nublado – apoyó sus codos en la mesa y entrelazó sus dedos a la altura de su boca - ¡No me trates de cambiar el tema!

- Muy bien – hice girar mis ojos - ¿Qué quieres saber?

- Uy, cuanta frialdad – apretó los labios y cortó otro pedazo de la carne; yo ni siquiera había tocado mi plato - ¿Qué pasa con el nena?

- Pues… - le di un trago al refresco, el cual heló mi boca y destempló mis dientes – Es un gran hombre - ¿dudé? – Sí, es un gran hombre.

- Un gran hombre – subió su cabeza y la bajó después – ¡No! Pues si ¿Eh? – Entreabrió los labios – Estoy segura de que hay un `` pero ´´.

- Pero no he olvidado a Danny.

Ella, igual que yo, se sorprendió de la velocidad con la que dije la frase. Supuse que se enojaría, a ella le molestaba de sobremanera el tema de los Rowman.

Dicho y hecho, desquitó su furia con los cubiertos, azotándolos en el plato de cerámica, que por suerte no se quebró, y así atrayendo varias morbosas miradas hacia la mesa por el irritante sonido de su enojo.

- Es una lástima que no lo describieras antes – murmuró entre dientes – Te podías haber ahorrado toda esta escena.

Me estremecí de pies a cabeza y me sentí estúpida.

- Tú olvidas rápido a las personas ¿no? – pregunté seria, pero sin ser agresiva.

- No, pero se olvidar – contestó sin expresión – Jacob no me fue algo pasajero, y después de llorar varias noches, comprendí que yo estaba resultando dañada con todo eso.

Levanté la vista de mi plato, encima del cual cavilaba más que comía, y contemplé su mirada. Sin duda, de las vagas veces que Elisa hablaba acerca de Jacob esta había sido la más… tierna. Por dos segundos, recuperó un brillo en su mirada.

- Es hora de dejar todo como un bello recuerdo, Dai.

- Un bello recuerdo – repetí entrecortadamente por un suspiro.

- Aha, bueno… ¿Quieres eso para llevar? – y de nuevo lo hizo, cambió el delicado tema y sus pupilas se apagaron. Señaló mi plato.

- Sí.
Más tarde dos bolsas de plástico con recipientes de unicel eran depositadas sobre la mesa.

- Muchas gracias, lindo lugar – admití al mesero que nos había atenido la velada. Sonrió orgulloso.

Elisa y yo nos pusimos de pie y caminamos hacia la puerta por la cual habíamos entrado, diciendo `` buen provecho ´´ a cada mesa que se apoderaba de nuestros costados conforme avanzábamos, y recibiendo un ``gracias ´´ por ello.

Oí cuchicheos alrededor y de pronto ese camino de salida comenzó a hacerse infinito.

- Disculpa – sentí una mano en el hombro y volteé para tener la cara de la chica que nos había atenido al principio.

- ¿Se te ofrece algo? – pregunté amena.

Ahora ella lucía diferente, en definitiva había llorado; sus ojos hinchados y el maquillaje corrido la delataban.

- Tú eres Daiana Constanza Ruzzo – mostró una fuerte dentadura, la cual apretó con fuerza.

- Mejor vamonos – me susurró Elisa en el oído mientras tiraba con discreción de mi brazo.

- ¿A dónde vas lagartona? – me gritó la chica jalando mi blusa, y así, obligándome a regresar.

- ¡No la dejes ir! – exclamó otra empleada, del tumulto de jóvenes meseras que se había formado. Todas tenían un aspecto similar.

- ¿Sabes qué? No quiero problemas – le dije guardando la compostura. Varias mesas ya habían puesto atención al espectáculo.

- Tú no te me vas – rió con fuerza y volvió a jalarme de una manera brusca.

- Chica, si quieres conservar tu trabajo, es mejor que te vayas – le ordenó Elisa, haciendo un ademán con las manos para que se fuera.

- No te metas – berreó – esto es entre la señorita Daiana – dijo mi nombre en un chillido – y yo.

- Olvídalo – dije un poco más tensa – Vuelve a lo tuyo.

- Lo mío es destrozar hermosos rostros de gatas arrastradas como tú – acarició mi quijada con su dedo índice, de inmediato me aparté - ¿Qué pasa? ¿No te gusta el cariño? Según yo, te encanta, golfa.

- ¡Rómpele su cara de creída de una buena vez! – gritó otra chica, mientras las otras aguardaban emocionadas para que algo pasara.

- Sinceramente, no te conozco, y no tengo que soportar una pelea sin antecedentes.

- Vamonos ya – pedía nerviosa Elisa, me jaló ahora con un poco más fuerte y con prisa. La camarera nos cerró el pasó, obstruyendo la puerta de entrada con su cuerpo. Era ágil respecto a movimientos.

- Ok, solo quiero que te quede claro algo. Ves a estos cuatro hombres – señaló los pins de su delantal con los rostros de TH. Sabía que era al respecto – Aléjate de ellos zorra, son MÍOS.

- ¿Tienen tu nombre escrito en el trasero? – me burlé, ya me había provocado.

- ¡Desgraciada! – gritó desatando llanto.

Todo pasó muy rápido. Sólo sentí un tremendo ardor insoportable en el rostro y una sensación húmeda debajo de mi nariz. El lugar entero se alborotó y un amable señor corrió a detener a aquella chica que arrojaba puñetazos y patadas al aire, junto a un gran repertorio de maldiciones y señas vulgares.

Elisa giró mi cuerpo para quedar frente a mi. Ahogó un grito al ver mi rostro.

- ¿Es mucho? – pregunté preocupada.

- Fue un puñetazo, pero te sangra demasiado la nariz.

Dirigí mis dedos hacia la zona dañada y luego los contemplé repletos del líquido rojo vital.

La gente se amontonaba a mi alrededor y me preguntaban cosas incomprensibles al momento. Se abrió la multitud para dar paso al mesero que nos había atendido y este ya me extendía un puñado de hielos envueltos en una servilleta de tela. Junto a el un señor, se presentaba como el gerente.

- Señorita, cuanto lo lamento, que pena – rogaba angustiado.

- No es culpa suya – lo tranquilicé mientras el hielo anestesiaba el dolor del golpe.

- ¿Desea que la acompañe a la delegación para ejercer una denuncia?

- Para nada – lo que menos quería es hacer esto público, y también la idea de meterme en unas oficinas toda la noche, no me agradaba – Dejémoslo así.

- Entonces ¿Qué puedo hacer por usted? – el señor observaba como Elisa y el mesero intentaban parar la hemorragia de mi nariz.

- Nada – dije con dificultad – Bueno – recapacité – Sólo asegúrese de no hacer esto público.

- Claro, tenga por seguro que nadie se enterará de esto – sonrió agradecido, pues eso también era de su conveniencia.

Cuando la sangre paró de salir y me aseguré de estar completamente limpia para no parecer una homicida, nos largamos de ahí.

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- Dame el número de Jost – ordenó Elisa cuando su coche nos aguardaba afuera de mi edificio – Dile hola otra vez a los guardaespaldas.

Le extendí mi teléfono y después de localizar la letra `` D ´´ en mi lista de contactos, marcó los dígitos.

Mi cara comenzaba a tomar tonalidades moradas. El efecto del hielo había terminado y el dolor era fatal.

- Hola – dijo Elisa al teléfono mientras me miraba con detenimiento – No no, soy su mejor amiga, Zeltzin Elisa – sonrió – Que bueno que te haya dicho cosas lindas de mi – luego apretó las facciones – Pues aquí no anda todo bien David, hoy sucedió algo terrible…

Y comenzó a relatarle la historia. Agradecí que ella se encargara de eso. No tenía las ganas ni las fuerzas para repetir el accidente aunque fuera en forma verbal y me dolía bastante desde la quijada hasta el pómulo cada vez que pronunciaba palabra.

- Gracias David, sí sí, yo le digo – después de un silencio, rió – buenas noches por igual. Bye.

Concluyó la llamada y volteé a verla.

- Mañana estarán tus ángeles guardianes por aquí. Le prometí que le llamarías, así que hazlo cuando se te haya bajado el dolor – me dio un suave beso en la frente – Aliviánate pronto Dai, te quiero mucho.

- Lo haré, te veo luego – bajé del auto no sin agradecer por haber estado conmigo en toda esa faena y cuando me di cuenta, estaba quedando dormida en mi cama, enrollada por las frías sábanas, acompañada de una perfecta soledad.


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